Terminó de leer, he hice que lo repitiera.
Yo continuaba absorta en aquellos ojos verdes que de vez en cuando, se despegaban del texto y se clavaban en mí.
-Pero, si yo no me he inventado esta historia, y además, no la cuento tan bien.
- Elena, sigue leyendo, por favor.
Y ella frunció el ceño como cuando los niños chicos quieren decirte sin hablar y comenzó a repetir de nuevo, desde la primera palabra, ese cuento sin autora.
Yo tan solo quería besar aquellos labios de color carmín robado y lo hice. Y ella dejó entretanto resbalar los fonemas desde debajo de su lengua. Los dejó resbalar por debajo de su falda. Dejándose caer...
miércoles, 24 de noviembre de 2010
viernes, 5 de noviembre de 2010
Tornado
La chica que soñaba que todos los otoños eran primaveras, se sorprendió con las pupilas enrojecidas y atormentadas.
Y sintió que tenía quince años. De pronto, se le habían caído al suelo casi otros quince de experiencias, emociones y lecciones aprendidas.
En la adolescencia todo se vive como si un tornado te arrancara las entrañas- pensó- con la emoción irrepetible de las primeras veces.
Ella sentía ese aire enloquecido penetrando en sus pulmones y creía que quizá, todas aquellas primeras veces que recordaba, no le habían servido realmente para nada.
Como las furiosas tempestades que apartaban al héroe de su destino, sus labios temblaban al pensar que todo, lo bueno y lo malo, iba a vivirlo con la misma intensidad.
Se trataba de un regreso a los amaneceres rojos, a las tardes de culpa e incertidumbre, de vuelco en el pecho y sonrisa infinita. Una vuelta al anochecer que no permitía que las luces se apagasen bajo sus párpados.
La chica que, siendo mujer, se embadurnaba la boca de besos brillantes, tenía en el pecho una jaula y en las venas un veneno de estaño que le arrancaba la vida a base de quemarla.
No sabía en qué disco duro habría dejado los consejos, las esperanzas fallidas a base de algoritmos simples de experiencias tempranas y las bayonetas clavadas a media asta que habían atravesado su estómago desde la infancia y que le habían triturado hasta las ganas.
Se había olvidado de todo lo aprendido y se abandonaba a ese placer concupiscente de una cabeza que no conoce pasado y un corazón que tiene demasiadas expectativas sobre el futuro.
La chica cuyos labios sabían a cereza hasta en otoño, se disculpó frente el espejo y se dispuso a hacer lo que cualquier adolescente haría: escribir su propia memoria.
Y sintió que tenía quince años. De pronto, se le habían caído al suelo casi otros quince de experiencias, emociones y lecciones aprendidas.
En la adolescencia todo se vive como si un tornado te arrancara las entrañas- pensó- con la emoción irrepetible de las primeras veces.
Ella sentía ese aire enloquecido penetrando en sus pulmones y creía que quizá, todas aquellas primeras veces que recordaba, no le habían servido realmente para nada.
Como las furiosas tempestades que apartaban al héroe de su destino, sus labios temblaban al pensar que todo, lo bueno y lo malo, iba a vivirlo con la misma intensidad.
Se trataba de un regreso a los amaneceres rojos, a las tardes de culpa e incertidumbre, de vuelco en el pecho y sonrisa infinita. Una vuelta al anochecer que no permitía que las luces se apagasen bajo sus párpados.
La chica que, siendo mujer, se embadurnaba la boca de besos brillantes, tenía en el pecho una jaula y en las venas un veneno de estaño que le arrancaba la vida a base de quemarla.
No sabía en qué disco duro habría dejado los consejos, las esperanzas fallidas a base de algoritmos simples de experiencias tempranas y las bayonetas clavadas a media asta que habían atravesado su estómago desde la infancia y que le habían triturado hasta las ganas.
Se había olvidado de todo lo aprendido y se abandonaba a ese placer concupiscente de una cabeza que no conoce pasado y un corazón que tiene demasiadas expectativas sobre el futuro.
La chica cuyos labios sabían a cereza hasta en otoño, se disculpó frente el espejo y se dispuso a hacer lo que cualquier adolescente haría: escribir su propia memoria.
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sábado, 18 de septiembre de 2010
Un día dijo un señor:
"esto es una cuestión de estado" y,
a los cinco años,
todos los periódicos hablaban de él.
Un día una señora dijo:
"esto es una cuestión de estado" y,
a los cinco días,
recordaba cuál era su nombre.
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mujeres infinitas
martes, 14 de septiembre de 2010
jueves, 19 de agosto de 2010
Sabía la barca que algún día regresaría a la orilla.
Eso pensaba cuando el oleaje la tambaleaba violentamente, y ella, confusa
se acercaba a las gaviotas para susurrarles su deseo.
Un día, el océano, cansado de batirse cíclico
escuchó sus ruegos y la meció suavemente hasta sus límites de arena.
Cuando la barca rozó con su panza la tierra firme y húmeda
añoró las inquietas noches de altamar.
Por entonces, el cielo era de plomo y la orilla se cubría del áspero barro del otoño.
Ya no quedaban gaviotas a quienes susurrarles,
su secreto.
Eso pensaba cuando el oleaje la tambaleaba violentamente, y ella, confusa
se acercaba a las gaviotas para susurrarles su deseo.
Un día, el océano, cansado de batirse cíclico
escuchó sus ruegos y la meció suavemente hasta sus límites de arena.
Cuando la barca rozó con su panza la tierra firme y húmeda
añoró las inquietas noches de altamar.
Por entonces, el cielo era de plomo y la orilla se cubría del áspero barro del otoño.
Ya no quedaban gaviotas a quienes susurrarles,
su secreto.
martes, 17 de agosto de 2010
Cuando la pluma es un relevo
-Pero, ¿qué historia quieres que cuente?
-Simplemente, esta que te estoy contando, Pedro.
Y de este modo la chica de puertas azules y labios siempre jugosos por el gloss me entrego su libreta y me dijo: escribe.
-La
poesía es una trampa para el alma, porque se te transparentan las
intenciones a cada verso. Como un vestido blanco al trasluz del verano.
Así que me dijo: haz de mi vida una ficción; haz de mi existir un cuento.
La
chica de la sonrisa certera y el corazón silencioso bebió otro trago
más de ron. Había lanzado al mar sus zapatos aquella noche. Cuando fue a
encenderse el último porro la orilla le devolvió los dos.
La chica que creía en los mitos griegos, en el Hades, en el destino y en el oráculo de Delfos me dijo con los pies mojados:
-Pedro,
todo mi misterio desaparece al roce de su cuerpo. Es como una ola que
me convierte en espuma al tocarme. Como una marea mal curada que penetra
en las pieles, borracha de arena húmeda.
- La verdad es que no estoy muy bien últimamente. Ya sabes- me dijo esta frase mirando fíjamente a la luna que se reflejaba en la orilla en la que estábamos fumando.
Esta declaración me dejó totalmente aturdido. Creo que era la primera vez que la chica de labios siempre mordisqueables me decía qué era lo que le sucedía realmente. Estaba acostumbrado a sus continuos “ya se verá”, “es algo transitorio” y no llegaba a asimilar su sinceridad brutal. Después de un largo silencio y una también larga calada al porro, prosiguió:
- Una de las razones por las que te he pedido que escribas por mí es porque llevo meses sin encontrar ningún tipo de respuesta.
- ¿Pero qué tipo de respuesta buscas? No te entiendo.
- Yo siempre he escrito para aclararme, para saber qué tenía que hacer en cada momento. Y no encuentro ni una sola pista. Nada. Es la primera vez que me pasa.
Reconozco que a medida que iba pronunciando sus palabras yo simplemente, seguía aturdido y a la vez, embobado con el brillo de su piel.
Ella se iba hundiendo poco a poco mientras la marea no paraba de subir. Ese fue el momento en el que perdió una de sus sandalias.
-¡Mierda! Me he quedado sin uno de mis zapatos, ¡joder!
Me pasó el porro de repente y se puso a buscar en la arena oscura. Puso esos ojillos de topo que se suelen imitar de manera inconsciente cuando uno busca algo en la oscuridad. Obviamente, su rastreo, no tuvo éxito. Fue entonces cuando cogió la sandalia que el mar había respetado y tomando carrerilla la lanzó al agua.
¡Plof!
-Lo que el mar se lleva, que en el mar se quede. Pásame el porro- me dijo sin añadir nada más.
Yo sabía que aquella noche me tocaba ser el cómplice, el psicoanalista, el guardián de sus confesiones. Y su vestido blanco remangado en la cintura, subía y bajaba con las olas, y yo, no podía dejar de mirarla. Testigo mudo de su historia propia y de sus romances con otros. Yo el cielo lo tengo ganado, pensé. Y ella me dirigió una mirada desafiante que cortó de cuajo mis pensamientos.
-Pensaba que era una mujer segura. Al menos, la gente dice que aparento eso, pero es mentira. Hasta yo misma me creí que ese era mi papel en el mundo. Segura y decidida. Quizá nunca lo haya sido. Todo ha sido un espejismo que me ha traído hasta aquí. Hasta este punto inconcluso de mi vida.
Se quedó un buen rato en silencio. Antes de que yo pudiera añadir nada la chica de adicción preocupante a la cosmética labial, me dijo:
-Es una cuestión de expectativas, Pedro. Creo que es eso. Yo he recorrido el camino en dirección opuesta a la que debía haber tomado.
Al principio de mi experiencia como adulta, nunca esperé nada de nadie. Por eso mis expectativas eran tan bajas que siempre quedaban satisfechas. Y yo pensaba que mis decisiones eran sencillas y correctas. A medida que ha pasado el tiempo, genero ideas sobre lo que los demás van a darme o pueden quitarme. Eso me angustia de tal modo que me paraliza, y soy incapaz de nombrar si quiera mis deseos.
Me pasó el final del porro. Yo seguía contemplándola e imaginaba el salitre resbalando por sus piernas mientras ella intentaba deshacer el hueco que se había ido formando en torno a sus pies. Estaba atrapada en la orilla..
La ayudé a salir, tenía los bajos del vestido chorreando.
-¿Una copita?
-¿Descalza?, te recuerdo que acabas de lanzar tus sandalias al agua.
-Solo lancé una- replicó- además, estoy convencida de que por esta vez, el mar, me ha perdonado.
Efectivamente, al salir del agua vislumbramos un par de manchas negras.
El océano había escupido sus zapatos por arte de magia. Ella se calzó y me hizo un gesto con la cabeza. Yo, me limité a seguirla.
“Una cuestión de expectativas”. Acababa de reproducir en mi mente palabra por palabra la conversación que habíamos mantenido aquella noche en la playa antes de venir a tomar una copa. La chica de los labios ultrahidratados había arrastrado sus sandalias hasta el cuarto de baño del local, dejando una estela de arena y agua. Y dejándome a mí apoyado en la barra, absorto por aquella escena.
Yo miraba sus huellas al tiempo que acariciaba lentamente el lomo de su libreta.
La había dejado en el bolsillo trasero de mi pantalón y me mordía los labios solo de pensar que iba a poder leer todo lo que se le había pasado por la cabeza en los últimos meses.
La chica que dejó pasar oportunidades pensando que lo que sentía en su pecho era amor, apareció a mi lado con los labios hinchados y brillantes como un cristal recién pulido. A mí se me cortó la respiración de repente, como si ella pudiera adivinar lo que estaba pensando solo con rozar mi piel.
-¿Otra copita?-yo la miré de nuevo asombrado, esta chica me leía la mente. Asentí con la cabeza. Me entraron unas ganas irrefrenables de besarla.
Y entonces, justo en ese momento, recordé lo que me había dicho minutos antes, después de la declaración sobre la espuma, el oleaje y la metáfora del mar que la cubre como un amante, ¿o era al revés? Yo qué sé, el caso es que se me vino como un jarro de agua fría a los ojos: “a este profundo mar verde le falta un buen eclipse”.
Yo sabía que no estaba hablando de mí. Todo era una cuestión de expectativas…
-Sí, otra copita, la penúltima.- A continuación sonreí y dejé que la camarera hiciera su trabajo.
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jueves, 12 de agosto de 2010
Cuando la pluma es un relevo
-Pero, ¿qué historia quieres que cuente?
-Simplemente, esta que te estoy contando, Pedro.
Y de este modo la chica de puertas azules y labios siempre jugosos por el gloss me entrego su libreta y me dijo: escribe.
-La poesía es una trampa para el alma, porque se te transparentan las intenciones a cada verso. Como un vestido blanco al trasluz del verano.
Así que me dijo: haz de mi vida una ficción; haz de mi existir un cuento.
La chica de la sonrisa certera y el corazón silencioso bebió otro trago más de ron. Había lanzado al mar sus zapatos aquella noche. Cuando fue a encenderse el último porro la orilla le devolvió los dos.
La chica que creía en los mitos griegos, en el Hades, en el destino y en el oráculo de Delfos me dijo con los pies mojados:
-Pedro, todo mi misterio desaparece al roce de su cuerpo. Es como una ola que me convierte en espuma al tocarme. Como una marea mal curada que penetra en las pieles, borracha de arena húmeda.
jueves, 22 de julio de 2010
Reencuentro
La chica de los labios de gloss temía llegar a convertirse en la mujer de sonrisa mate. Asíq ue rápidamente sacó de su pequeño pero práctico bolso, todas las barras que fin de semana tras fin de semana se habían ido colando en su interior y las sustituyó por un bote medio gastado de gloss long-life 24h efecto cristal.
La chica cuya sonrisa había brillado desde el día del eclipse miró hacia el cielo y comprobó que después de muchos días (quizá fueron solo horas pero a ella se le antojaban media vida) volvía a lucir el sol.
Había pasado la tormenta.
Se sorprendía de la volubilidad humana, al tiempo que se acostumbraba a la volubilidad climática.
La chica que guardaba recortes de su memoria en una pequeña libreta desgastada, soñaba con que algún día, el cielo de su pecho estuviera tan despejado como hoy lo hacía el que cubría su cabeza.
La chica cuya adicción a la cosmética labial preocupaba a más de un dermatólogo, sintió vibrar su móvil.
Se paró frente al espejo mientras rebuscaba inquieta en los rincones de su bolso.
De repente, algo cayó al suelo. Bajo sus pies yacía un sobre amarillento cubierto por la tinta. Sonrió.
Acababa de recuperar parte de su historia.
La chica cuya sonrisa había brillado desde el día del eclipse miró hacia el cielo y comprobó que después de muchos días (quizá fueron solo horas pero a ella se le antojaban media vida) volvía a lucir el sol.
Había pasado la tormenta.
Se sorprendía de la volubilidad humana, al tiempo que se acostumbraba a la volubilidad climática.
La chica que guardaba recortes de su memoria en una pequeña libreta desgastada, soñaba con que algún día, el cielo de su pecho estuviera tan despejado como hoy lo hacía el que cubría su cabeza.
La chica cuya adicción a la cosmética labial preocupaba a más de un dermatólogo, sintió vibrar su móvil.
Se paró frente al espejo mientras rebuscaba inquieta en los rincones de su bolso.
De repente, algo cayó al suelo. Bajo sus pies yacía un sobre amarillento cubierto por la tinta. Sonrió.
Acababa de recuperar parte de su historia.
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martes, 20 de julio de 2010
lunes, 19 de julio de 2010
martes, 22 de junio de 2010
La chica de los labios rojos como rubíes y jugosos como cerezas al morder, soñaba que ya no iba a soñar más porque a veces, lo que imaginaba dormida se hacía realidad.
Como en una suerte de ciclo premonitorio se daba cuenta de que tanto lo malo como lo bueno se había ido cumpliendo.
El gloss que se había puesto aquella tarde tenía un cierto sabor frutal por lo que la chica cuyo brillo en los labios nunca era casual, lamió lentamente el anverso de sus comisuras y recordó que ese era el sabor dulce pero picante que el último sueño le había dejado en la boca.
De nuevo, constataba que muchos deseos inconscientes a veces, se transforman en cuerpos empáticos. En abrazos infinitos.
Como en una suerte de ciclo premonitorio se daba cuenta de que tanto lo malo como lo bueno se había ido cumpliendo.
El gloss que se había puesto aquella tarde tenía un cierto sabor frutal por lo que la chica cuyo brillo en los labios nunca era casual, lamió lentamente el anverso de sus comisuras y recordó que ese era el sabor dulce pero picante que el último sueño le había dejado en la boca.
De nuevo, constataba que muchos deseos inconscientes a veces, se transforman en cuerpos empáticos. En abrazos infinitos.
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miércoles, 16 de junio de 2010
La chica de los labios brillantes y pegajosos era hoy, la chica de los ojos temblorosos a causa del diluvio.
Su corazón latía muy deprisa al ritmo que su pensamiento martilleaba sus sienes repitiéndole una y otra vez: ¿Por qué te metiste ahí? ¿Porqué tuviste que probar suerte con eso?
Recordaba cómo tras aquella función en la plaza de la Catedral, se había sentido contrariada pero con ganas y fuerzas para ser ella misma la actriz que representara el papel de su vida. Si alguien había tenido la idea de montar un espectáculo cuya trama era la vida de otros, ¿porqué no montar uno con la vida propia?
Llevaba meses vendiendo su idea, girando por una tierra que aunque no era suya, la había acogido con los brazos abiertos. La chica de los labios como estrellas repasaba en una lista los éxitos y desventuras de su periplo teatrero mientras recogía el último zapato que perdió en el escenario la noche de la tormenta de verano.
Primero suspendieron unas cuantas funciones. Esas pérdidas eran asumibles porque la chica de la adicción por los barnices y la cabeza bien puesta había calculado siempre a la baja los beneficios de su empresa.
Luego fueron los recortes presupuestarios en las salas. Algunas funciones hubo que llevarlas a la calle porque para ahorrar, habían decidido prescindir de la iluminación. Otras, de noche, se representaban con candilejas lo que le daba un toque romántico y decimonónico a la escena que enganchaba a muchos de los que no habían visto la obra aun, o hacía repetir bajo los visos de la novedad, a los asiduos.
A continuación, la chica de los labios marrones o rosados según el tono de gloss y el estado de ánimo, tuvo que establecerse en un teatro. Las giras eran muy costosas y la suspensión de funciones y de pagos comenzaba a ser insostenible.
La chica de los labios descoloridos por el tiempo que llevaba sin renovar su maquillaje, estaba sentada encima de un baúl, como esos antiguos, como los que los titiriteros, trotamundos, ilusionistas y cómicos arrastraban de ciudad en ciudad portando sorpresas e ilusiones.
Se levantó con los ojos empañados mordiendo su labio inferior con fuerza, abrió el viejo cajón de cuero y puso con mucho cuidado el zapato, un pañuelo y la máscara que le regaló un buen amigo el día que vio su vida sobre un escenario.
Cerró el baúl, un montón de polvo se levantó en torno a ella. Se echó a llorar sosteniendo el cartel de "se suspende la función".
Su corazón latía muy deprisa al ritmo que su pensamiento martilleaba sus sienes repitiéndole una y otra vez: ¿Por qué te metiste ahí? ¿Porqué tuviste que probar suerte con eso?
Recordaba cómo tras aquella función en la plaza de la Catedral, se había sentido contrariada pero con ganas y fuerzas para ser ella misma la actriz que representara el papel de su vida. Si alguien había tenido la idea de montar un espectáculo cuya trama era la vida de otros, ¿porqué no montar uno con la vida propia?
Llevaba meses vendiendo su idea, girando por una tierra que aunque no era suya, la había acogido con los brazos abiertos. La chica de los labios como estrellas repasaba en una lista los éxitos y desventuras de su periplo teatrero mientras recogía el último zapato que perdió en el escenario la noche de la tormenta de verano.
Primero suspendieron unas cuantas funciones. Esas pérdidas eran asumibles porque la chica de la adicción por los barnices y la cabeza bien puesta había calculado siempre a la baja los beneficios de su empresa.
Luego fueron los recortes presupuestarios en las salas. Algunas funciones hubo que llevarlas a la calle porque para ahorrar, habían decidido prescindir de la iluminación. Otras, de noche, se representaban con candilejas lo que le daba un toque romántico y decimonónico a la escena que enganchaba a muchos de los que no habían visto la obra aun, o hacía repetir bajo los visos de la novedad, a los asiduos.
A continuación, la chica de los labios marrones o rosados según el tono de gloss y el estado de ánimo, tuvo que establecerse en un teatro. Las giras eran muy costosas y la suspensión de funciones y de pagos comenzaba a ser insostenible.
La chica de los labios descoloridos por el tiempo que llevaba sin renovar su maquillaje, estaba sentada encima de un baúl, como esos antiguos, como los que los titiriteros, trotamundos, ilusionistas y cómicos arrastraban de ciudad en ciudad portando sorpresas e ilusiones.
Se levantó con los ojos empañados mordiendo su labio inferior con fuerza, abrió el viejo cajón de cuero y puso con mucho cuidado el zapato, un pañuelo y la máscara que le regaló un buen amigo el día que vio su vida sobre un escenario.
Cerró el baúl, un montón de polvo se levantó en torno a ella. Se echó a llorar sosteniendo el cartel de "se suspende la función".
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martes, 15 de junio de 2010
miércoles, 9 de junio de 2010
Llegó un momento, en el que mis zapatos de cristal ya no me entraban. (Una talla 40, no es una talla de princesa).
Ese día, mi príncipe dejó de serlo y pasó a convertirse en un joven normal, presuntuoso y más bien feo. ¿Por qué iba él a seguir probándome los zapatos?
Encerrada en mi cuento de hadas, decidí comenzar a derribar los muros de palacio.
Aprendí a conducir calabazas, y me largué con el vestido de fiesta y unas deportivas sucias.
Al atravesar la muralla, los soldados me miraban aterrados: ya no necesitaba el anhelo de creerme feliz en un sitio, en el que yo, no encajaba.
Se sorprendieron también de pensar que, esa mujer débil, frágil e ingenua por su pobreza, jamás volvería a necesitar a un hada madrina que le diera malos consejos.
Una mujer que por fin, se había desprendido de la escoba, y que hoy, de nuevo se desprendía de algo: de las rozaduras que producen llevar unos maravillosos zapatos de cristal.
Ese día, mi príncipe dejó de serlo y pasó a convertirse en un joven normal, presuntuoso y más bien feo. ¿Por qué iba él a seguir probándome los zapatos?
Encerrada en mi cuento de hadas, decidí comenzar a derribar los muros de palacio.
Aprendí a conducir calabazas, y me largué con el vestido de fiesta y unas deportivas sucias.
Al atravesar la muralla, los soldados me miraban aterrados: ya no necesitaba el anhelo de creerme feliz en un sitio, en el que yo, no encajaba.
Se sorprendieron también de pensar que, esa mujer débil, frágil e ingenua por su pobreza, jamás volvería a necesitar a un hada madrina que le diera malos consejos.
Una mujer que por fin, se había desprendido de la escoba, y que hoy, de nuevo se desprendía de algo: de las rozaduras que producen llevar unos maravillosos zapatos de cristal.
miércoles, 2 de junio de 2010
El pequeño príncipe
El principito creció sabiendo que la esperanza no es más que una palabra que se pierde en el corazón y se mantiene en el verbo.
Su pequeño planeta desapareció tras el crecimiento descontrolado de los baobabs, su rosa se marchitó a causa de una sequía que asoló toda la galazia y el zorro, finalmente no era más que eso: un zorro que intentó comerse su pierna en más de una ocasión.
El principito un día salió con un sombrero de serpiente que llevaba dentro un elefante y salió a buscar su futuro tras abandonar las cenizas de un asteroide que representaba su pasado.
Todo el mundo desconocía su realeza y en esa búsqueda lo único que encontró fue a un montón de pilotos interesados en mantener relaciones sexuales con un joven imberbe.
El principito una tarde, bebiendo whisky con soda en una taberna del centro de Madrid, decidió salir a compararse unos zapatos.
De camino encontró un par demedias y un liguero. En el baño de un bar de azulejo amarillento y perfume de fritura se puso los tacones y salió a la calle a caminar.
Cuando comprobó que su larga melena rubia pasaba desapercibida y oculta tras el contoneo de caderas que guiaban sus pies desde Gran Vía, el principito decidió que a partir de ese momento iba a ser princesa. Que a partir de ese momento, ningún volcán iba a molestarle más que el que yacía oculto entre sus piernas. El principito decidió llamarse Priscilla.
Su pequeño planeta desapareció tras el crecimiento descontrolado de los baobabs, su rosa se marchitó a causa de una sequía que asoló toda la galazia y el zorro, finalmente no era más que eso: un zorro que intentó comerse su pierna en más de una ocasión.
El principito un día salió con un sombrero de serpiente que llevaba dentro un elefante y salió a buscar su futuro tras abandonar las cenizas de un asteroide que representaba su pasado.
Todo el mundo desconocía su realeza y en esa búsqueda lo único que encontró fue a un montón de pilotos interesados en mantener relaciones sexuales con un joven imberbe.
El principito una tarde, bebiendo whisky con soda en una taberna del centro de Madrid, decidió salir a compararse unos zapatos.
De camino encontró un par demedias y un liguero. En el baño de un bar de azulejo amarillento y perfume de fritura se puso los tacones y salió a la calle a caminar.
Cuando comprobó que su larga melena rubia pasaba desapercibida y oculta tras el contoneo de caderas que guiaban sus pies desde Gran Vía, el principito decidió que a partir de ese momento iba a ser princesa. Que a partir de ese momento, ningún volcán iba a molestarle más que el que yacía oculto entre sus piernas. El principito decidió llamarse Priscilla.
viernes, 28 de mayo de 2010
Muda, sencillamente sin palabras,
amables o toscas, bellas o vanas.
Turbada la memoria como un clavo que atraviesa la garganta.
Sentada en un cine sin butacas, temblando en una estancia sin ventanas.
Con la lengua fuera de su sitio y las sílabas de espaldas.
Dolida, dolorida,
porque secas, quedaron
en mi boca las palabras.
miércoles, 26 de mayo de 2010
La chica de los labios jugosos y hambrientos jugaba con sus dedos y mordía impaciente sus uñas. Sabía lo que le esperaba y estaba claro que eso le gustaba, mucho, muchísimo.
Recordaba la última vez, cómo se había bebido el sudor, tragado la saliva y resbalado con el jugo de los cuerpos.
Sentía estremecerse su columna, al ritmo de la cabalgadura infinita, al son de las bocas que suspiran y de las pieles que se habitan.
Imaginó de nuevo unas manos cubriendo sus pechos, restallando las heridas marcadas por tantas batallas y haciéndolas sangrar.
La chica que antes de cada cita hacía brillar sus labios gracias a su pincel cargado de gloss, no podía olvidar que había vuelto a llorar, que había vuelto a explotar, que se había sentido atravesada por el deseo, por la pasión. Y sentía que en el fondo, todo esto que parecía algo vivido, realmente era totalmente nuevo.
Recordaba la última vez, cómo se había bebido el sudor, tragado la saliva y resbalado con el jugo de los cuerpos.
Sentía estremecerse su columna, al ritmo de la cabalgadura infinita, al son de las bocas que suspiran y de las pieles que se habitan.
Imaginó de nuevo unas manos cubriendo sus pechos, restallando las heridas marcadas por tantas batallas y haciéndolas sangrar.
La chica que antes de cada cita hacía brillar sus labios gracias a su pincel cargado de gloss, no podía olvidar que había vuelto a llorar, que había vuelto a explotar, que se había sentido atravesada por el deseo, por la pasión. Y sentía que en el fondo, todo esto que parecía algo vivido, realmente era totalmente nuevo.
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Sol de eclipse
La chica de los labios tan brillantes como un amanecer bañado por el rocío tan sólo quería llorar.
Sentía que efectivamente, todos sus temores se habían hecho realidad. Que todo lo que había temido, y todo lo que se había culpado precisamente por temerlo, no eran simples fantasías suyas.
Recordó aquella obra de teatro frente a la catedral, en la que ella aparecía rodeada de cenizas, ubicada en un espacio que parecía el campo de batalla de una guerra. Observando las ruinas de lo que quedaba de su vida.
Apenas le quedaban fuerzas para otra cosa que no fuera compadecerse. La chica a la que no le gustaba retirarse el gloss con una servilleta confirmó que nada se puede esperar de lo que no existe, de lo que no avanza, de lo que no es bueno ya desde la raíz.
Hacía mucho tiempo que deseaba sanear su vida y sin embargo, se había dejado llevar, se había dejado ilusionar, iluminar por lo que al final, no había sido más que un espejismo.
Se había quedado cegada por aquellos ojos de sol de eclipse.
Sentía que efectivamente, todos sus temores se habían hecho realidad. Que todo lo que había temido, y todo lo que se había culpado precisamente por temerlo, no eran simples fantasías suyas.
Recordó aquella obra de teatro frente a la catedral, en la que ella aparecía rodeada de cenizas, ubicada en un espacio que parecía el campo de batalla de una guerra. Observando las ruinas de lo que quedaba de su vida.
Apenas le quedaban fuerzas para otra cosa que no fuera compadecerse. La chica a la que no le gustaba retirarse el gloss con una servilleta confirmó que nada se puede esperar de lo que no existe, de lo que no avanza, de lo que no es bueno ya desde la raíz.
Hacía mucho tiempo que deseaba sanear su vida y sin embargo, se había dejado llevar, se había dejado ilusionar, iluminar por lo que al final, no había sido más que un espejismo.
Se había quedado cegada por aquellos ojos de sol de eclipse.
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viernes, 21 de mayo de 2010
La chica que por un día sustituyó su pequeño bote de gloss por barra de labios mate(fuerza mayor: fin de existencias) pensaba que qué carajo significaba aquello de allegro moderatto si escuchando a Bach se le estaban saltando las lágrimas.
Sentía como si el arco del violín estuviera desgarrándole el pecho y cada vez que se elevara su tono, su ánimo subía al infinito para luego, dejarse caer hacia el vacío, hacia el silencio, amortiguada tan sólo por el susurro del clave que se apaga.
Un clave bien temperado dicen, y a ella se le llenaba la boca del estómago de hormigas al escuchar el descenso de la melodía. Era el final, como una muerte hecha pentagrama, así que decidió pasarse a la tocata y la fuga.
La chica que tenía una adicción incomprensible por el pegajoso barniz de labios pensó que era injusto buscar refugio en la música clásica y encontrar tan sólo desasosiego, un pulsar de las entrañas como se pellizcan las cuerdas del traste del cello hasta hacerlo sangrar en corcheas.
La chica que de tanto en tanto parecía y era más inteligente de lo que los demás pensaban, se dijo para sí misma que ya no podría encontrar refugio en las palabras, ni en el lenguaje, porque había veces que no comprendía su mensaje. Porque había veces que una nota, un susurro, un descuido del viento era capaz de transmitirle una verdad más fiable.
Sentía como si el arco del violín estuviera desgarrándole el pecho y cada vez que se elevara su tono, su ánimo subía al infinito para luego, dejarse caer hacia el vacío, hacia el silencio, amortiguada tan sólo por el susurro del clave que se apaga.
Un clave bien temperado dicen, y a ella se le llenaba la boca del estómago de hormigas al escuchar el descenso de la melodía. Era el final, como una muerte hecha pentagrama, así que decidió pasarse a la tocata y la fuga.
La chica que tenía una adicción incomprensible por el pegajoso barniz de labios pensó que era injusto buscar refugio en la música clásica y encontrar tan sólo desasosiego, un pulsar de las entrañas como se pellizcan las cuerdas del traste del cello hasta hacerlo sangrar en corcheas.
La chica que de tanto en tanto parecía y era más inteligente de lo que los demás pensaban, se dijo para sí misma que ya no podría encontrar refugio en las palabras, ni en el lenguaje, porque había veces que no comprendía su mensaje. Porque había veces que una nota, un susurro, un descuido del viento era capaz de transmitirle una verdad más fiable.
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miércoles, 19 de mayo de 2010
En honor al hombre sin entrañas de Quim Monzó
La mujer sin compromisos se despertó como cada mañana, a las ocho menos cuarto en punto en una gran cama vacía. Cuando disponía a levantarse para comenzar la rutina matinal, notó una extraña sacudida en su pecho.
Apoyó lentamente los brazos para caer en su alfombra, sintió que de alguna forma su corazón había dejado de latir. Inmediatamente, se llevó la mano hacia el lado izquierdo y respiró aliviada aunque un poco confusa al comprobar que efectivamente, su corazón seguía latiendo, pero a un ritmo poco usual. Cada latido se retardaba más de un minuto, por lo que asustada, volvió a caer sobre la cama con el móvil en la mano, dispuesta a llamar a un médico de urgencias.
Miró el reloj. Eran ya las ocho y cinco.
La mujer que desayunaba todas las mañanas una tostada con requesón y café con una nube de leche fría, continuaba con sus dos manos sobre el noroeste de su pecho totalmente ajena a lo que su cuerpo había estado planeando durante el sueño y que había producido como resultado un aletargamiento en sus constantes vitales.
Decidida a cumplir sus deberes con la cotidianidad, volvió a intentar levantarse de la cama. Esta vez lo consiguió. Una vez alcanzada la verticalidad debida caminó por el largo pasillo que conducía hacia el cuarto de baño, y tras varias respiraciones que había aprendido en un absurdo intento de acercamiento a la filosofía oriental y el zen, se miró lentamente al espejo, descubriendo horrorizada, que su piel estaba totalmente blanca.
Respiró hondo de nuevo cuando un leve pulsar se instaló en su cuello.
La mujer que en su infancia había pasado los veranos embobada, en una pequeña playita frente al Atlántico, sentía como nunca había sentido jamás, las venas de su garganta conduciendo la sangre hasta el cerebro.
Perdida en los años que había pasado en la facultad de derecho y no en la de medicina, volvió en sí y se deslizó hacia el dormitorio en busca del teléfono. Marcó nerviosa el número de urgencias y al cabo se encontró en una sala verde de indescriptible olor verde esperando su turno para ver a un médico.
Su corazón seguía latiendo al tiempo que marca la vuelta del segundero de un reloj y se mantuvo así inalterable en el trascuro de su inspección por un especialista.
Nada. Su gran pelota roja, bombeaba a un ritmo lento, pero constante. Suave pero preciso, intranquilo, pero dispuesto. Allá donde reinaba la incertidumbre, se erguía la certeza de seguir viva.
Le dieron el alta sin complicaciones.
Luego de numerosas visitas y segundas opiniones que recogió de médicos de renombrado prestigio, la mujer de mejillas rosadas cuyo color no recordaba, tuvo que conformarse cabizbaja con un saludable diagnóstico que en nada la satisfizo ante la evidencia de sus extravagantes síntomas.
Sea como fuere, era perfectamente consciente de que un extraño cambio se estaba operando en su cuerpo.
En un lapso de renaciente salud- que duró apenas un par de días- la mujer que había sido mujer de la vida de muchos, recobró la normalidad en el pulso cardiaco, y con esto, parece que también la cordura.
Volvió a ir al trabajo, como acostumbraba cada mañana, en sintonía con el programa radiofónico que la acompañaba en el coche en el trayecto al despacho. Volvió a archivar documentos, a redactar recursos, a defender lo absurdo y a vestir toga negra que escondía sus piernas envueltas en medias cristal sin demarcación.
Y en esta vuelta a lo cotidiano, volvió a establecer el contacto con uno de sus amantes al que tenía más que olvidado.
Amante que en los últimos meses, se había ido transformando en ese algo más que no se qué, que caracteriza a las relaciones personales temporales pero muy intensas.
Lo cierto era que últimamente se habían ido acortando los plazos entre cita y cita. Además, alguna escapadita romántica de fin de semana parecía haber puesto en jaque aquella norma no escrita por la cual, más de 48 horas junto al mismo hombre, implicaba la destrucción del preciado sexo libre y sin compromisos.
Aunque había tenido ya más de un desengaño, por lo que la fórmula copa-charla interesante- noche salvaje-desayunas en tu casa, le había resultado más que preventiva contra la insatisfacción sentimental, últimamente había empezado a sentir algo diferente por el hombre de entradas grises y brazos vigorosos.
No obstante, pensó que quizá no fuera mala idea, repetir una de esas escapaditas libres de estrés, para desactivar cualquier posibilidad de que su extraña y al parecer, ilusioria enfermedad volviera a aparecer sin previo aviso.
Así que descolgó el teléfono y marcó el número del hombre de sienes blanqueadas y siempre disponible, que como ya esperase la mujer con intereses, aceptó sin preguntar la propuesta de intimidad para el final de la semana.
Al caer el minutero en el último lapso de tiempo que cerraba la jornada laboral de la mujer que en la adolescencia había aborrecido las decisiones importantes, bajó al vestíbulo del edificio en el que trabajaba y montó en un destartalado citroen Zx, rumbo a una encantadora casita rural, deleite de los profesionales liberales.
Allá conversaron largas horas, bebieron vino y tomaron té e infusiones frente a la chimenea. Gozaron de sus cuerpos devorándose las células y a ratos, hicieron el amor.
Después de un largo y expansivo orgasmo, la mujer que siempre había estado contenta con su cuerpo, se metió en la ducha para bajar a cenar con un olor un poco más decente.
Bajo el chorro cálido de una ducha de diseño que aunaba tradición y modernidad, lo rural y lo urbano en numerosos agujeritos surtidores de placer, comenzó a notar de nuevo, su corazón en un decelerado devenir.
Un punzante dolor se instaló en su garganta, convirtiendo su respiración en un quejido arritmico y agonizante.
Asustada cortó el agua y se puso el albornoz. Salió a la habitación donde el hombre de pelo suficiente en el pecho y sonrisa charlatana le esperaba con un par de copas de champán en la mano.
Se acercó confusa hasta él y a medida que se iba aproximando una náusea le trepaba desde el estómago a la garganta, de la garganta a la boca y entonces se pudo oir un leve pero más que audible sonido:
…t….tee….teeeqq…..teqquuu…tequuuii….tequierrrr…….te quierooo…
Y acto seguido ante la atónita mirada del hombre de entradas grises dispuesto a darse entero, su abdomen explotó en pedazos, salpicando las blancas paredes de cuajos de bilis negra.
Entonces, la mujer sin miedos se levantó de la cama (a la que había llegado propulsada por el inoportuno estallido de sus vísceras) y cogió su maleta vacía.
Aun un poco mareada por la pérdida de masa vesicular, se tambaleó hasta la puerta, volvió la vista hacia el sorprendido hombre de mirada tranquila y barbilla sincera. Acto seguido, atravesó el umbral de la coqueta habitación convirtiéndose en la mujer sin problemas amorosos.
Apoyó lentamente los brazos para caer en su alfombra, sintió que de alguna forma su corazón había dejado de latir. Inmediatamente, se llevó la mano hacia el lado izquierdo y respiró aliviada aunque un poco confusa al comprobar que efectivamente, su corazón seguía latiendo, pero a un ritmo poco usual. Cada latido se retardaba más de un minuto, por lo que asustada, volvió a caer sobre la cama con el móvil en la mano, dispuesta a llamar a un médico de urgencias.
Miró el reloj. Eran ya las ocho y cinco.
La mujer que desayunaba todas las mañanas una tostada con requesón y café con una nube de leche fría, continuaba con sus dos manos sobre el noroeste de su pecho totalmente ajena a lo que su cuerpo había estado planeando durante el sueño y que había producido como resultado un aletargamiento en sus constantes vitales.
Decidida a cumplir sus deberes con la cotidianidad, volvió a intentar levantarse de la cama. Esta vez lo consiguió. Una vez alcanzada la verticalidad debida caminó por el largo pasillo que conducía hacia el cuarto de baño, y tras varias respiraciones que había aprendido en un absurdo intento de acercamiento a la filosofía oriental y el zen, se miró lentamente al espejo, descubriendo horrorizada, que su piel estaba totalmente blanca.
Respiró hondo de nuevo cuando un leve pulsar se instaló en su cuello.
La mujer que en su infancia había pasado los veranos embobada, en una pequeña playita frente al Atlántico, sentía como nunca había sentido jamás, las venas de su garganta conduciendo la sangre hasta el cerebro.
Perdida en los años que había pasado en la facultad de derecho y no en la de medicina, volvió en sí y se deslizó hacia el dormitorio en busca del teléfono. Marcó nerviosa el número de urgencias y al cabo se encontró en una sala verde de indescriptible olor verde esperando su turno para ver a un médico.
Su corazón seguía latiendo al tiempo que marca la vuelta del segundero de un reloj y se mantuvo así inalterable en el trascuro de su inspección por un especialista.
Nada. Su gran pelota roja, bombeaba a un ritmo lento, pero constante. Suave pero preciso, intranquilo, pero dispuesto. Allá donde reinaba la incertidumbre, se erguía la certeza de seguir viva.
Le dieron el alta sin complicaciones.
Luego de numerosas visitas y segundas opiniones que recogió de médicos de renombrado prestigio, la mujer de mejillas rosadas cuyo color no recordaba, tuvo que conformarse cabizbaja con un saludable diagnóstico que en nada la satisfizo ante la evidencia de sus extravagantes síntomas.
Sea como fuere, era perfectamente consciente de que un extraño cambio se estaba operando en su cuerpo.
En un lapso de renaciente salud- que duró apenas un par de días- la mujer que había sido mujer de la vida de muchos, recobró la normalidad en el pulso cardiaco, y con esto, parece que también la cordura.
Volvió a ir al trabajo, como acostumbraba cada mañana, en sintonía con el programa radiofónico que la acompañaba en el coche en el trayecto al despacho. Volvió a archivar documentos, a redactar recursos, a defender lo absurdo y a vestir toga negra que escondía sus piernas envueltas en medias cristal sin demarcación.
Y en esta vuelta a lo cotidiano, volvió a establecer el contacto con uno de sus amantes al que tenía más que olvidado.
Amante que en los últimos meses, se había ido transformando en ese algo más que no se qué, que caracteriza a las relaciones personales temporales pero muy intensas.
Lo cierto era que últimamente se habían ido acortando los plazos entre cita y cita. Además, alguna escapadita romántica de fin de semana parecía haber puesto en jaque aquella norma no escrita por la cual, más de 48 horas junto al mismo hombre, implicaba la destrucción del preciado sexo libre y sin compromisos.
Aunque había tenido ya más de un desengaño, por lo que la fórmula copa-charla interesante- noche salvaje-desayunas en tu casa, le había resultado más que preventiva contra la insatisfacción sentimental, últimamente había empezado a sentir algo diferente por el hombre de entradas grises y brazos vigorosos.
No obstante, pensó que quizá no fuera mala idea, repetir una de esas escapaditas libres de estrés, para desactivar cualquier posibilidad de que su extraña y al parecer, ilusioria enfermedad volviera a aparecer sin previo aviso.
Así que descolgó el teléfono y marcó el número del hombre de sienes blanqueadas y siempre disponible, que como ya esperase la mujer con intereses, aceptó sin preguntar la propuesta de intimidad para el final de la semana.
Al caer el minutero en el último lapso de tiempo que cerraba la jornada laboral de la mujer que en la adolescencia había aborrecido las decisiones importantes, bajó al vestíbulo del edificio en el que trabajaba y montó en un destartalado citroen Zx, rumbo a una encantadora casita rural, deleite de los profesionales liberales.
Allá conversaron largas horas, bebieron vino y tomaron té e infusiones frente a la chimenea. Gozaron de sus cuerpos devorándose las células y a ratos, hicieron el amor.
Después de un largo y expansivo orgasmo, la mujer que siempre había estado contenta con su cuerpo, se metió en la ducha para bajar a cenar con un olor un poco más decente.
Bajo el chorro cálido de una ducha de diseño que aunaba tradición y modernidad, lo rural y lo urbano en numerosos agujeritos surtidores de placer, comenzó a notar de nuevo, su corazón en un decelerado devenir.
Un punzante dolor se instaló en su garganta, convirtiendo su respiración en un quejido arritmico y agonizante.
Asustada cortó el agua y se puso el albornoz. Salió a la habitación donde el hombre de pelo suficiente en el pecho y sonrisa charlatana le esperaba con un par de copas de champán en la mano.
Se acercó confusa hasta él y a medida que se iba aproximando una náusea le trepaba desde el estómago a la garganta, de la garganta a la boca y entonces se pudo oir un leve pero más que audible sonido:
…t….tee….teeeqq…..teqquuu…tequuuii….tequierrrr…….te quierooo…
Y acto seguido ante la atónita mirada del hombre de entradas grises dispuesto a darse entero, su abdomen explotó en pedazos, salpicando las blancas paredes de cuajos de bilis negra.
Entonces, la mujer sin miedos se levantó de la cama (a la que había llegado propulsada por el inoportuno estallido de sus vísceras) y cogió su maleta vacía.
Aun un poco mareada por la pérdida de masa vesicular, se tambaleó hasta la puerta, volvió la vista hacia el sorprendido hombre de mirada tranquila y barbilla sincera. Acto seguido, atravesó el umbral de la coqueta habitación convirtiéndose en la mujer sin problemas amorosos.
martes, 11 de mayo de 2010
La chica de los labios pegajosos porque de tanto en tanto el gloss se recalentaba en su bolsillo, cogió por el extremo otra fresa y la relamió con dulzura antes de morderla. Recordaba , que había tardado casi una hora en recuperar el ritmo normal de su corazón, y aún se torturaba por el dolor que le había producido tener que poner distancia entre sus cuerpos.
Cada día es más intenso, pensó, mientras acariciaba sus comisuras con la lengua, saboreando de nuevo, la mezcla de pintura, sudor y el sabor a fresas.
Cada día es más intenso, pensó, mientras acariciaba sus comisuras con la lengua, saboreando de nuevo, la mezcla de pintura, sudor y el sabor a fresas.
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martes, 4 de mayo de 2010
La chica de los labios brillantes pasó de nuevo el pincel por sus comisuras. Estaba indignada porque el día debería tener 28 o 29 horas y los segundos tendrían que ser eternos, porque se quedaba con ganas de más, con la mirada perdida y la sonrisa en la cara, apurando la esfera del reloj.
Antes de echarse a correr, miró hacia atrás. Ya no tenía que preocuparse por pisar ningún charco en su camino, pero sí por no tropezar con el sol hirviendo. Ardiendo como su pecho. Quemando como el hueco palpitante que quedaba siempre entre sus piernas.
Antes de echarse a correr, miró hacia atrás. Ya no tenía que preocuparse por pisar ningún charco en su camino, pero sí por no tropezar con el sol hirviendo. Ardiendo como su pecho. Quemando como el hueco palpitante que quedaba siempre entre sus piernas.
viernes, 30 de abril de 2010
Fe de erratas
Perdone señorita, no he podido más que observarla al pasar y me he visto en la obligación de decírselo- me dijo de pronto un hombre moreno con una toalla al cuello a la puerta de un gimnasio.
-¿Decirme qué?-contesté extrañada mientras intentaba zafarme del brazo que me tenía sujeto- ¿Acaso le conozco?
- Decirle que es la décima vez que la veo pasar por delante de este ginmasio. Como ve, está lleno de cristales y cuando la veo...
-¿Qué sucede cuando me ve, caballero?- esta vez era yo la que quería escuchar la respuesta. Me daba un poco de miedo instigar de ese modo a un desconocido pero entonces, sujeté su mano con la mía y repetí- ¿qué, qué sucede?
-Sucede...-hizo una pausa- creo que se va a reir de mí.
-No, por favor, no pare, continúe, se lo ruego.- La intriga me quemaba por dentro, sentía la garganta seca pensando que, a lo mejor ese hombre había descubierto algo de mí que yo desconocía.
- Bien- respiró hondo y prosiguió- sucede que creoq ue usted, es la mujer de mi vida. Siempre que la he mirado, me ha devuelto la mirada o una sonrisa.
- Es cierto, asentí con la cabeza- y es que realmente a ese desconocido le había estado observando siempre que pasaba los martes a las siete de la tarde delante de ese gimnasio.- Pero eso no quiere decir nada.
- Sí, si quiere decir. Dime que vas a cenar conmigo.
-¿Ya pasamos del usted al tú, caballero?- le dije haciéndome la estrecha. Miré el reloj: martes, siete y cuarto.
- No se lo tome a mal, pero y ¿si traducimos estas miradas en una conversación con dos copas de vino?
Entonces le miré de arriba a abajo. Realmente era guapo aquel hombre. Y tenía, ese halo que te deja entrever que efectivamente, podrá darte todo lo que necesitas, todo lo que deseas. Volví a mirar el reloj de nuevo: martes, siete y veinte. Me armé de valor y mirándole a los ojos le dije:
- Lo siento caballero, hoy llego tarde. He quedado con la persona equivocada y no quiero hacerla esperar.
Descolgué mi brazo de su mano y me alejé a paso ligero. Cuando llegué a la siguiente esquina me giré y le dije:
Nos vemos el martes, a las siete.
-¿Decirme qué?-contesté extrañada mientras intentaba zafarme del brazo que me tenía sujeto- ¿Acaso le conozco?
- Decirle que es la décima vez que la veo pasar por delante de este ginmasio. Como ve, está lleno de cristales y cuando la veo...
-¿Qué sucede cuando me ve, caballero?- esta vez era yo la que quería escuchar la respuesta. Me daba un poco de miedo instigar de ese modo a un desconocido pero entonces, sujeté su mano con la mía y repetí- ¿qué, qué sucede?
-Sucede...-hizo una pausa- creo que se va a reir de mí.
-No, por favor, no pare, continúe, se lo ruego.- La intriga me quemaba por dentro, sentía la garganta seca pensando que, a lo mejor ese hombre había descubierto algo de mí que yo desconocía.
- Bien- respiró hondo y prosiguió- sucede que creoq ue usted, es la mujer de mi vida. Siempre que la he mirado, me ha devuelto la mirada o una sonrisa.
- Es cierto, asentí con la cabeza- y es que realmente a ese desconocido le había estado observando siempre que pasaba los martes a las siete de la tarde delante de ese gimnasio.- Pero eso no quiere decir nada.
- Sí, si quiere decir. Dime que vas a cenar conmigo.
-¿Ya pasamos del usted al tú, caballero?- le dije haciéndome la estrecha. Miré el reloj: martes, siete y cuarto.
- No se lo tome a mal, pero y ¿si traducimos estas miradas en una conversación con dos copas de vino?
Entonces le miré de arriba a abajo. Realmente era guapo aquel hombre. Y tenía, ese halo que te deja entrever que efectivamente, podrá darte todo lo que necesitas, todo lo que deseas. Volví a mirar el reloj de nuevo: martes, siete y veinte. Me armé de valor y mirándole a los ojos le dije:
- Lo siento caballero, hoy llego tarde. He quedado con la persona equivocada y no quiero hacerla esperar.
Descolgué mi brazo de su mano y me alejé a paso ligero. Cuando llegué a la siguiente esquina me giré y le dije:
Nos vemos el martes, a las siete.
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miércoles, 28 de abril de 2010
Atardecer de la memoria
-Es precioso ese pañuelo verde que llevas-observó mi compañera.
-No es un pañuelo-respondí- es una tarde de marzo frente a la piscina.
-No es un pañuelo-respondí- es una tarde de marzo frente a la piscina.
lunes, 5 de abril de 2010
Lo que nos queda
Tráete una birra, aunque sea de ahí, de la máquina.
Bajé corriendo hasta la entrada del garaje. Por un pavo podías tener cerveza fría, en lata. Era julio y hacía un calor insoportable.
Me planté de nuevo en el parque. Nada, nadie. Giré varias veces, primero la cabeza, luego el cuerpo entero, buscándola por el callejón que desembocaba frente al banco en el que estábamos sentadas.
Miré la lata. Yo no bebo cerveza y ni siquiera, he podido despedirme.
Hasta luego, dije susurrando.
Luego me senté, agaché la cabeza y comencé a liarme un peta.
Bajé corriendo hasta la entrada del garaje. Por un pavo podías tener cerveza fría, en lata. Era julio y hacía un calor insoportable.
Me planté de nuevo en el parque. Nada, nadie. Giré varias veces, primero la cabeza, luego el cuerpo entero, buscándola por el callejón que desembocaba frente al banco en el que estábamos sentadas.
Miré la lata. Yo no bebo cerveza y ni siquiera, he podido despedirme.
Hasta luego, dije susurrando.
Luego me senté, agaché la cabeza y comencé a liarme un peta.
miércoles, 31 de marzo de 2010
jueves, 25 de marzo de 2010
viernes, 19 de marzo de 2010
martes, 16 de marzo de 2010
Tú, borracho,
que a pasos cortos caminas
y cubres la distancia que te queda
hasta una casa que no es tuya
acompañado de tu mal aliento.
Tú, borracho,
que agachas el pescuezo
y dejas que lo agarren y lo estrujen.
Tú, borracho,
que andas por la calle a media pinta
que te llegan los recuerdos hasta el chato.
Tú,
por fin alcanzaste la suerte de ser digno:
Se te concede una hipoteca a treinta años.
que a pasos cortos caminas
y cubres la distancia que te queda
hasta una casa que no es tuya
acompañado de tu mal aliento.
Tú, borracho,
que agachas el pescuezo
y dejas que lo agarren y lo estrujen.
Tú, borracho,
que andas por la calle a media pinta
que te llegan los recuerdos hasta el chato.
Tú,
por fin alcanzaste la suerte de ser digno:
Se te concede una hipoteca a treinta años.
jueves, 11 de marzo de 2010
Domingo tarde
Domingo tarde. El cielo continúa pintado de un gris claro luminoso.
La temperatura es realmente suave. Invita a pasear.
Mis perros me observan, expectantes desde el descansillo mientras yo, termino de subir las escaleras.
Dejo un gran silencio tras de mí. Coloco las correas en el mueble de la entrada y me lanzo a coger esta libreta.
Intento reescribir unos versos inacabados. Suenan bien; quiero redondear las estrofas que sólo están apuntadas. Pero no puedo, Hoy de nuevo me es imposible. Hoy de nuevo me pregunto: ¿Para qué escribo?
Una vez, ya hace bastante tiempo dije: << Escribo para no tener que llorar todos los días>>. Y sin embargo, hace meses que no lloro. Nada, ni una lágrima. Hace meses también, que no escribo. Nada, ni un verso, ni una línea.
“Fragmentos de tiempo inacabados”: eso, no es escribir.
Hace meses que mis palabras no dicen nada, que mis ojos no se comprometen. Hace meses que el dolor se me enquista como una aguja que se clava pero…
No duele.
Antes, a veces, me quedaba horas insomne, a solas con el crujir de las palabras al hacerse hueco en una hoja repleta,
De silencio.
“Buscando entre los adoquines tu reflejo,
conquistando paso a paso,
el terreno de esta calle enmudecida”.
De tres letras, me sirve una.
De tres palabras, dos están mintiendo.
De tres versos, tres desecharía.
Y entretanto me siento en el sofá y pienso: “Quisiera no pensar”.
“Sintiéndome los pies como bastiones,
creyendo que el tapiz de los recuerdos
es una red de ensoñaciones”. (Flojos, no caer en rima consonante!)
Solía pensar, antes, que esto de escribir purificaba.
Hoy creo que simplemente distrae, retrasa esa pulsión recurrente de autocompasión que no descansa nunca.
“Tocada por la fiebre del olvido”
“Viviendo un tiempo
que sin ser mío,
derrochaba”.
Acabo de subir un edredón a las cuerdas que penden de la bañera. Costaba la hostia subir esa mole de tela mojada.
Es domingo, el cielo está pintado de un gris claro luminoso.
Me recuesto en la cama y cojo esta libreta.
Este pequeño poema es interminable. Quizá no deba acabarlo nunca.
Es posible que el vacío de la página sean esas estrofas inconexas. Puede que este poema ya esté entonces terminado.
Releo unas líneas que asoman de entre una página de esquina doblada. “No te metas ahí, no te metas”.
Comienzan a picarme las mejillas.
Mis perros atónitos suplican dormitar en cama humana.
“Tengo que sacar la comida de mañana>>. Dejo esta libreta encima de la mesa, mientras repito:<<He visto en ese charco mi mirada,
y en el adoquín, inerme de la calle:
Tu reflejo”.
Me froto los carrillos con un trozo de la manga. Estoy roja. Creo que estoy llorando.
7-III-10
He visto mi rostro reflejado
En el agua ennegrecida de las calles.
Tocada por sombrero gris:
de urbana noche
Lamiéndome las yemas, amarillas:
Por el ansia.
He perseguido a tientas un susurro,
Que conquistara las fronteras
espontáneas,
De esta calle enmudecida.
He visto en ese charco:
Mi mirada.
Y en el adoquín inerme de la calle:
Tu reflejo.
4-II-10/7-III-10/11-III-10
domingo, 28 de febrero de 2010
Burning just after the blame
We trust about us,
we fear our feelings,
i know they´re sauvage
and spread out my sicks.
I want to kick the stuffs
that appears in my own way.
I despite the simple trash
That I puke in my speech.
And I think, don´t i?
I think i wish burn myself
just after the blame.
And Truth, really,
never will be on my side
Again.
we fear our feelings,
i know they´re sauvage
and spread out my sicks.
I want to kick the stuffs
that appears in my own way.
I despite the simple trash
That I puke in my speech.
And I think, don´t i?
I think i wish burn myself
just after the blame.
And Truth, really,
never will be on my side
Again.
martes, 16 de febrero de 2010
Mi estado: ¿en qué estás pensando?
A veces, el tiempo se dilata, se contrae e incluso en ciertos momentos, parece que se pausa. Las mareas se confunden entonces y suben, cuando bajan. Yo aprovecho este momento de momentáneo desorden para meter mis pies dentro de la orilla y quedarme ahí hasta que el agua me cubra el cuerpo entero.
viernes, 5 de febrero de 2010
La chica de los labios brillantes, pensaba que de vez en cuando, las palabras no significan lo que insinúan sus fonemas. Revolvió despacio dentro de su bolso, y alcanzó una barra de labios llena de miguitas de un cigarro que se había disuelto en las entrañas de uno de los bolsillos de su casa colgante. Mientras rozaba suavemente su boca con la mezcla de óleo apto, suspiró: "yo sólo quiero tomarme contigo, un café al sol"
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martes, 2 de febrero de 2010
Enero es el mes en el que el agua se retuerce sobre sus moléculas,
en el que la fluidez, se endurece
y el tiempo se detiene en sus entrañas.
Febrero, mantiene silencioso el cauce inmóvil de las aguas.
Y atrapa los secretos bajo un cristal repleto de hojas secas,
que el otoño olvidó cuando aun borraba las huellas
de un estío ya marchito.
Marzo es el mes de los fonemas que quedaron sin sonido,
del cauce abultado del deshielo
cuando se quiebran los espejos que cubren los arroyos,
y los huesos de los árboles, diluyen su reflejo en la ribera.
En marzo, lo oculto se desvela
y en el telar de los gusanos,
crecen venas.
en el que la fluidez, se endurece
y el tiempo se detiene en sus entrañas.
Febrero, mantiene silencioso el cauce inmóvil de las aguas.
Y atrapa los secretos bajo un cristal repleto de hojas secas,
que el otoño olvidó cuando aun borraba las huellas
de un estío ya marchito.
Marzo es el mes de los fonemas que quedaron sin sonido,
del cauce abultado del deshielo
cuando se quiebran los espejos que cubren los arroyos,
y los huesos de los árboles, diluyen su reflejo en la ribera.
En marzo, lo oculto se desvela
y en el telar de los gusanos,
crecen venas.
lunes, 1 de febrero de 2010
Y soñé que aún volaba
Para el cisne de primavera de Charles Bukowski.
Paseaba. Como todos los domingos por la mañana desde febrero a esta parte pegajosa del año.
Comienzan las alergias, terminan los resfriados, nos despojamos de algo de ropa y pasamos largas horas paseando sin rumbo por un parque. Si caminamos solos, con las manos tras la espalda, si andamos acompañados, con las manos tras la suya.
Así horas más tarde, en un acto de desenfrenado consumo y extasiado aburrimiento, contemplaremos absortos el reflejo dorado que produce un rayo de sol al atravesar una cerveza por la que seguro, te cobrarán un cuarto de tu sueldo. Burguesía del ocio, consumo del tiempo.
Así , andaba yo paseando, caminando lentamente, haciéndome el despistado y con las manos anudadas tras la espalda , cuando me detuve ante la fuente del Angel Caído en la que me suelo parar a hacer ver que pienso en algo, mientras me fumo un pitillo y acorto el tiempo entre paseo y cerveza.
Aparentemente, nada debía distraerme de aquella contemplación al vacío mientras me fumaba un par de años de vida, cuando extrañado reparé en el color rojizo que comenzaba a cubrir la transparencia habitual del agua de la fuente.
Así que con el ceño fruncido y los ojos entreabiertos tras mis viejas gafas de pasta, me acerqué a comprobar cual sería la misteriosa causa de la no menos inquietante consecuencia.
Al llegar al borde de la fuente, encontré flotando en el agua, el cuerpo inerte de una paloma. Desollado, con las alas abiertas, crucificada.
Me alejé de un salto, conteniendo la náusea ácida y ardiente que subía veloz hacia mi esófago y que amenazaba convertir lo que fuera el desayuno en un amargo postre.
Sentí un gran peso sobre mis hombros, me tambaleé.
Busqué, nervioso. Dando vueltas, girando sobre un eje imaginario.
Volví la cabeza, hacia la derecha, hacia la izquierda. Y al poner la vista al frente me crucé con la mirada impasible de la estatua. Contemplé cómo el ángel guardaba el improvisado sepulcro en que su fuente se había convertido.
-“Esto se parece al Jardín de las Delicias”, pensé.
Respiré hondo y volví a entrelazar las dos manos tras la espalda. Esperé.
Fue inútil, nada se movía a su alrededor y nadie reparaba en el mórbido aspecto que hoy presentaba el dichoso surtidor. Los niños corrían de un lado a otro ,gritando mientras sus padres reían y comían pipas ajenos a la angustia que en mí, provocaba el peso de la muerte.
Dí un paso al frente. La miré de reojo, guardando las distancias. Ahora un grupo de moscas celebraba su caída.
Reflexioné sobre el odio irracional que las palomas despiertan entre la gente de las grandes urbes.
<>... <>...
<>.
Así que pensé que alguien con la colada blanca llena de mierda de paloma, o las rejas de hierro forjado de su balcón carcomidas por la acidez de dichos excrementos, podría haberse ensañado con aquel pobre animal, torturándolo hasta su muerte.
No sé por qué le daba tanta importancia a aquel maldito bicho. Tiempos de guerra, nuevos aires de violencia.
Volví la vista al ángel, me miraba, lo notaba, el ángel, seguía mirándome.
Necesitaba una caña, quería irme de allí, desterrar de mi mente aquella macabra escena, dejar de ser cómplice del silencio que arropa a la muerte.
De pronto, algo me llamó la atención de nuevo: decenas de pájaros descansaban impunes sobre la piedra gris de la fuente, rodeando a mi paloma como un cortejo fúnebre.
Y pude ver a través de ellos como en una breve pero intensa ensoñación , mujeres gritando, dioses en carros y casas ardiendo.
Halcones de hierro que descargan su ira metálica sobre la humildad desarmada del pueblo ,hombres que caen ,atravesadas sus sienes por las balas, estatuas que estallan como las bombillas al arder y noté un sudor frío por todo mi cuerpo, los ojos ciegos, el paladar seco.
Toda la escena resplandeció, hasta que toda esa apocalipsis virtual se desvaneció, sin dejar rastro.
Parpadeé un par de veces y volví a proyectar la maldita fuente en mi retina.
Allí seguía, cubierta de moscas, con el vacío llenándole los ojos. Allí seguía, cubierta de sangre , aquella paloma de cuyo pico asomaba un gusano.
Alcé la cabeza y me topé con el gesto complacido de aquel maldito ángel, desterrado del paraíso y condenado allá donde no vuelan las palomas.
Miré de nuevo todo lo que me rodeaba : las cestas de merienda, el baile acompasado de las barquitas en el lago, el teatro de títeres, la piruleta en la mano...
Y me alejé, como un idiota y les dejé paseando una soleada mañana de domingo, mientras descubría desolado, que algunas palomas, también mueren en primavera.
Paseaba. Como todos los domingos por la mañana desde febrero a esta parte pegajosa del año.
Comienzan las alergias, terminan los resfriados, nos despojamos de algo de ropa y pasamos largas horas paseando sin rumbo por un parque. Si caminamos solos, con las manos tras la espalda, si andamos acompañados, con las manos tras la suya.
Así horas más tarde, en un acto de desenfrenado consumo y extasiado aburrimiento, contemplaremos absortos el reflejo dorado que produce un rayo de sol al atravesar una cerveza por la que seguro, te cobrarán un cuarto de tu sueldo. Burguesía del ocio, consumo del tiempo.
Así , andaba yo paseando, caminando lentamente, haciéndome el despistado y con las manos anudadas tras la espalda , cuando me detuve ante la fuente del Angel Caído en la que me suelo parar a hacer ver que pienso en algo, mientras me fumo un pitillo y acorto el tiempo entre paseo y cerveza.
Aparentemente, nada debía distraerme de aquella contemplación al vacío mientras me fumaba un par de años de vida, cuando extrañado reparé en el color rojizo que comenzaba a cubrir la transparencia habitual del agua de la fuente.
Así que con el ceño fruncido y los ojos entreabiertos tras mis viejas gafas de pasta, me acerqué a comprobar cual sería la misteriosa causa de la no menos inquietante consecuencia.
Al llegar al borde de la fuente, encontré flotando en el agua, el cuerpo inerte de una paloma. Desollado, con las alas abiertas, crucificada.
Me alejé de un salto, conteniendo la náusea ácida y ardiente que subía veloz hacia mi esófago y que amenazaba convertir lo que fuera el desayuno en un amargo postre.
Sentí un gran peso sobre mis hombros, me tambaleé.
Busqué, nervioso. Dando vueltas, girando sobre un eje imaginario.
Volví la cabeza, hacia la derecha, hacia la izquierda. Y al poner la vista al frente me crucé con la mirada impasible de la estatua. Contemplé cómo el ángel guardaba el improvisado sepulcro en que su fuente se había convertido.
-“Esto se parece al Jardín de las Delicias”, pensé.
Respiré hondo y volví a entrelazar las dos manos tras la espalda. Esperé.
Fue inútil, nada se movía a su alrededor y nadie reparaba en el mórbido aspecto que hoy presentaba el dichoso surtidor. Los niños corrían de un lado a otro ,gritando mientras sus padres reían y comían pipas ajenos a la angustia que en mí, provocaba el peso de la muerte.
Dí un paso al frente. La miré de reojo, guardando las distancias. Ahora un grupo de moscas celebraba su caída.
Reflexioné sobre el odio irracional que las palomas despiertan entre la gente de las grandes urbes.
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Así que pensé que alguien con la colada blanca llena de mierda de paloma, o las rejas de hierro forjado de su balcón carcomidas por la acidez de dichos excrementos, podría haberse ensañado con aquel pobre animal, torturándolo hasta su muerte.
No sé por qué le daba tanta importancia a aquel maldito bicho. Tiempos de guerra, nuevos aires de violencia.
Volví la vista al ángel, me miraba, lo notaba, el ángel, seguía mirándome.
Necesitaba una caña, quería irme de allí, desterrar de mi mente aquella macabra escena, dejar de ser cómplice del silencio que arropa a la muerte.
De pronto, algo me llamó la atención de nuevo: decenas de pájaros descansaban impunes sobre la piedra gris de la fuente, rodeando a mi paloma como un cortejo fúnebre.
Y pude ver a través de ellos como en una breve pero intensa ensoñación , mujeres gritando, dioses en carros y casas ardiendo.
Halcones de hierro que descargan su ira metálica sobre la humildad desarmada del pueblo ,hombres que caen ,atravesadas sus sienes por las balas, estatuas que estallan como las bombillas al arder y noté un sudor frío por todo mi cuerpo, los ojos ciegos, el paladar seco.
Toda la escena resplandeció, hasta que toda esa apocalipsis virtual se desvaneció, sin dejar rastro.
Parpadeé un par de veces y volví a proyectar la maldita fuente en mi retina.
Allí seguía, cubierta de moscas, con el vacío llenándole los ojos. Allí seguía, cubierta de sangre , aquella paloma de cuyo pico asomaba un gusano.
Alcé la cabeza y me topé con el gesto complacido de aquel maldito ángel, desterrado del paraíso y condenado allá donde no vuelan las palomas.
Miré de nuevo todo lo que me rodeaba : las cestas de merienda, el baile acompasado de las barquitas en el lago, el teatro de títeres, la piruleta en la mano...
Y me alejé, como un idiota y les dejé paseando una soleada mañana de domingo, mientras descubría desolado, que algunas palomas, también mueren en primavera.
Allegro Moderatto
Escucho ese piano agitado de un Beethoven que hace de las teclas, cómplices inermes de su desamparo.
Recuerdo entre medias tu sonrisa, y entre las sábanas de madrugada, añoro tu calor.
Ir y venir que me dijiste y sigo pensando en tanto,
Cuánto de locura tuvo esta primavera; cuánto de deseo no se perderá con el invierno...
Recuerdo entre medias tu sonrisa, y entre las sábanas de madrugada, añoro tu calor.
Ir y venir que me dijiste y sigo pensando en tanto,
Cuánto de locura tuvo esta primavera; cuánto de deseo no se perderá con el invierno...
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En noches de tormenta,
las gentes temerosas, corren hacia sus casas.
Las reses se guardan prestas en el granero
huyendo de los rayos que persiguen al ganado.
¿Porqué se dirige entonces, señora
bajo la copa de los árboles?
las gentes temerosas, corren hacia sus casas.
Las reses se guardan prestas en el granero
huyendo de los rayos que persiguen al ganado.
¿Porqué se dirige entonces, señora
bajo la copa de los árboles?
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Tengo en dos quebrada el alma:
una parte, escucha tango.
La otra,
lo compone.
una parte, escucha tango.
La otra,
lo compone.
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miércoles, 27 de enero de 2010
La chica de los labios brillantes y jugosos salió corriendo en dirección contraria a sus deseos. "La esfera de este maldito reloj es vengativa", pensaba mientras cruzaba la calle, girando su cabeza en busca de una mirada furtiva...
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Aquella mañana sentía como si el mundo entero guardase un gran secreto que ella debía aun desvelar. Mientras pensaba en la pieza que le faltaba para completar el puzzle de sus sentimientos, la chica que nunca olvidaba el gloss en casa, se afanaba por pisar los charcos de la calle. Espejos improvisados que reflejaban silenciosos la amplia sonrisa que arqueaba sus labios...
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Con una sola media
La chica de los labios jugosos, miraba desafiante a su oponente mientras estiraba con sus manos el elástico de la única media que apretaba sus muslos.
Estaba dispuesta a transformarse en un animal que arrebatase el último suspiro de su amante para sustituir su propio aliento con el suyo.
La chica que antes de cada cita pintaba lentamente su boca para convertirla en fruta de temporada, se colocó encima de él, mientras observaba su mirada ansiosa y sorprendida.
Colocó sus manos en el extremo del lazo que sujetaba sus braguitas y comenzó a moverse sin pausa.
La chica que antes de ser mujer, quería probar y comprobar que la paciencia de los hombres es limitada, sonrió dulcemente mientras con su lengua terminaba de extender hacia sus mejillas, los restos de carmín que aún quedaban en su boca.
Estaba dispuesta a transformarse en un animal que arrebatase el último suspiro de su amante para sustituir su propio aliento con el suyo.
La chica que antes de cada cita pintaba lentamente su boca para convertirla en fruta de temporada, se colocó encima de él, mientras observaba su mirada ansiosa y sorprendida.
Colocó sus manos en el extremo del lazo que sujetaba sus braguitas y comenzó a moverse sin pausa.
La chica que antes de ser mujer, quería probar y comprobar que la paciencia de los hombres es limitada, sonrió dulcemente mientras con su lengua terminaba de extender hacia sus mejillas, los restos de carmín que aún quedaban en su boca.
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lunes, 25 de enero de 2010
OLER: CONOCER O ADIVINAR UNA COSA QUE SE JUZGABA OCULTA
No tuve oportunidad de darme cuenta de si el temblor que me
arrebataba la razón, me lo había producido el tacto helado y sombrío de su mano, o esa sensación de vacío que da el acercarte a un cuerpo, y no conseguir distinguir un aroma en concreto.
Si al menos, le hubieran perfumado, con su esencia favorita. agua de limón, se habría marchado con una entidad propia, con un olor, que pudiera servirme para retenerle durante un suspiro.
Entonces, lo hubiera acompañado, habría rociado previamente mis muñecas, mis pezones y mi ombligo, con una sola gota de patxuli.
Hubiera dejado que mis ropas se derramaran a lo largo de mi cuerpo, dos telas traslúcidas descenderían de manera acompasada, evocando la última lágrima, que ahora no acierto a dejar escapar.
Tan sólo me pregunto, si es el calor del cuerpo el que mantiene constante nuestro aroma, porque aunque a nadie se le ocurriera lo de las gotas de limón, ahora igualmente debería oler a algo, a alguien,; y la nada es la respuesta que penetra por mi nariz.
No consigo, deshacerme, gritar al mundo entero que he sido abandonada, porque debo buscar su esencia, el aroma inequívoco, que lo devuelva a mí antes de que yo también pierda mi olor.
Debió quedar impregnado en algún sitio, debió quedar clavado en el acero de aquel bisturí, debió robarlo alguien al vestirle para hacernos creer que ese cuerpo inoloro, era el que nosotros amábamos.
Debió ser derramado en la última lágrima que cayó por su mejilla, cuando aún estaba lo suficientemente caliente, como para mantener la fiebre salina que le arrebató por siempre aquel aroma que se confundía con el mío.
Debió subirle aquella fiebre, cuando supo que yo, buscando desesperadamente su fragancia, me arrojé a su tumba yerta, vacía, húmeda y llena de hedores, antes de que fuera cavada para él.
arrebataba la razón, me lo había producido el tacto helado y sombrío de su mano, o esa sensación de vacío que da el acercarte a un cuerpo, y no conseguir distinguir un aroma en concreto.
Si al menos, le hubieran perfumado, con su esencia favorita. agua de limón, se habría marchado con una entidad propia, con un olor, que pudiera servirme para retenerle durante un suspiro.
Entonces, lo hubiera acompañado, habría rociado previamente mis muñecas, mis pezones y mi ombligo, con una sola gota de patxuli.
Hubiera dejado que mis ropas se derramaran a lo largo de mi cuerpo, dos telas traslúcidas descenderían de manera acompasada, evocando la última lágrima, que ahora no acierto a dejar escapar.
Tan sólo me pregunto, si es el calor del cuerpo el que mantiene constante nuestro aroma, porque aunque a nadie se le ocurriera lo de las gotas de limón, ahora igualmente debería oler a algo, a alguien,; y la nada es la respuesta que penetra por mi nariz.
No consigo, deshacerme, gritar al mundo entero que he sido abandonada, porque debo buscar su esencia, el aroma inequívoco, que lo devuelva a mí antes de que yo también pierda mi olor.
Debió quedar impregnado en algún sitio, debió quedar clavado en el acero de aquel bisturí, debió robarlo alguien al vestirle para hacernos creer que ese cuerpo inoloro, era el que nosotros amábamos.
Debió ser derramado en la última lágrima que cayó por su mejilla, cuando aún estaba lo suficientemente caliente, como para mantener la fiebre salina que le arrebató por siempre aquel aroma que se confundía con el mío.
Debió subirle aquella fiebre, cuando supo que yo, buscando desesperadamente su fragancia, me arrojé a su tumba yerta, vacía, húmeda y llena de hedores, antes de que fuera cavada para él.
miércoles, 20 de enero de 2010
Fragmentos
Los amantes se despiden:
"El futuro ya no es nuestro.
Es sólo mío."
Y quedó su abrazo, congelado,
en una instantánea Polaroid.
"El futuro ya no es nuestro.
Es sólo mío."
Y quedó su abrazo, congelado,
en una instantánea Polaroid.
Plegarias y combustibles
¡Ay virgencita, virgencita!
Aléjame de la fragua de Vulcano,
que yo soy más de un Ícaro insolente,
que vuela alto,
vuela alto.
Aléjame de la fragua de Vulcano,
que yo soy más de un Ícaro insolente,
que vuela alto,
vuela alto.
San Leandro, s/n
¡Qué personaje!
es lo que se exclama
tras la visita de un advenedizo nocturno.
¡Qué soledad!
Es lo que se esconde
tras el parlamento verborreico
del que contigo compartió,
por un momento
un sucio banco de la plaza.
es lo que se exclama
tras la visita de un advenedizo nocturno.
¡Qué soledad!
Es lo que se esconde
tras el parlamento verborreico
del que contigo compartió,
por un momento
un sucio banco de la plaza.
El arte de la guerra
Llegaban días de tormenta:
Y el campo de batalla se anegó.
Las dudas, dieron paso a la estrategia.
Como una serpiente sigilosa, avanzó dos posiciones,
con la última ficha que quedaba
sobre el tablero de Risk.
Y el campo de batalla se anegó.
Las dudas, dieron paso a la estrategia.
Como una serpiente sigilosa, avanzó dos posiciones,
con la última ficha que quedaba
sobre el tablero de Risk.
Entreacto
La chica de labios jugosos y brillantes avanzó un par de pasos y se paró en seco.
Acababa de reconocer aquel sentimiento lejano que parecía ya perdido. Sabía que era totalmente incapaz de olvidar, por lo que de tanto en tanto, recordaba sentimientos pasados y sufría del mismo modo que lo hiciera cuando éstos aun conservaban su forma y motivo originales.
Apretó sus labios, uno contra el otro, para saborear de nuevo lo que fuera un beso perdido, más bien robado, que aún estaba latente en su boca, entre sus dientes, en la punta de una lengua que se mostró servicial cuando tuvo la oportunidad.
Movió la cabeza de un lado a otro y pensó “estoy atrapada sin remedio”. La única opción que le quedaba, era seguir caminando hacia delante.
La gente se agolpaba en las aceras, fruto de una iniciativa cultural de la ciudad que había conseguido atraer a propios y turistas hacia un género ya poco apreciado: el teatro. Lanzó la mirada hacia el fondo de la plaza abarrotada y observó unas tenues candilejas que apenas si iluminaban un escueto escenario vacío.
La chica que para sentirse sexy embadurnaba sus labios de gloss hasta hacerlos irresistibles, decidió quedarse un rato parada, con la expectativa de encontrar alguna respuesta en aquella sobria puesta en escena.
Un escalofrío recorrió su cuello cuando apareció un cuerpo semidesnudo en escena. Entrecerró los ojos para comprobar que sus pupilas habían captado lo que su piel ahora delataba: ese cuerpo era el suyo.
Quiso avanzar corriendo hacia el escenario, lanzarse contra la actriz que se contorsionaba brutalmente en una suerte de danza tribal, y arrancarle con los dientes el poco de ropa que cubría su escuálido cuerpo.
Como si de otra persona se tratara, se llevó las manos a la cara para reconocerse despierta. Ladeó la cabeza para comprobar si algún espectador se había percatado de que la persona que se encontraba a su lado sufría una bilocación un tanto preocupante.
A su lado un hombre aspiraba con fuerza un cigarrillo. Nada. Detrás, una familia con un carrito de bebé se disculpaba por golpearle los tobillos con las ruedecillas.
Comprendió entonces que alguna extraña fuerza había guiado sus pasos hasta allí. Recordó el repentino devenir del sentimiento pasado, las candilejas, los movimientos frenéticos de esa chica en el escenario y se dio cuenta de que tenía que terminar de ver la función.
Respiró hondo un par de veces y fijó la vista en el escenario que de repente se había llenado de luz. El espacio se había cubierto con una fina capa de humo que dejaba entrever unas extrañas estatuillas como de dioses de un tiempo remoto que no podía acertar a señalar. El tiempo que estuvo buscando la razón de su duplicidad, le había restado atención al espectáculo, por lo que sentía que se había perdido algo.
De pronto, el escenario se iluminó por completo y poco a poco, la niebla fue descubriendo un decorado parecido al salón de su casa. Las estatuillas permanecían inmóviles muy cerca de lo que simulaba su sillón, la cómoda del televisor, el Ficus de la esquina… Todo parecía cubierto de un polvo que anunciaba el paso de una batalla cruenta. Contemplaba a la chica del escenario posar su mano suavemente en cada uno de los muebles que ahora componían las ruinas de su casa. Cada vez que posaba sus delgados dedos sobre un mueble, acercaba su mano más tarde, para lamer lascivamente el polvo que cubría el siniestro decorado.
Cuando se aproximaba a alguna de las estatuillas se quedaba rígida, frente a frente con la imagen. Hasta que en una violenta sacudida, dejaba caer su cuerpo sobre la figura y comenzaba a besarla frenética, a lamerla como si de un alimento divino se tratara. Se detenía en el cuello para morder la superficie de cartón piedra que las recubría y acto seguido, dirigía su mirada hacia el público con un trozo de material arrancado a la estatua entre sus dientes.
Lamía el polvo de los muebles, embestía una estatua, sonreía al público masticando un trozo de cartón. Polvo, embestida, polvo, embestida y siempre concluía con el trozo de piel ficticia entre los dientes.
De pronto, todo se apagó de repente. Un gran bullicio se hizo en la plaza. La gente inquieta comenzaba a moverse de un lado a otro, y de repente, la chica de labios carnosos por el efecto del pintalabios comenzó a sentir cómo decenas de manos comenzaban a recorrer su cuerpo.
Se hizo el silencio, y atrapada en la oscuridad que ahora reinaba en todo el espacio, intentó quedarse quieta durante un segundo, intentando despertar de aquella terrible pesadilla, mientras sentía un dedo entrando en su boca, una mano agarrando su cuello, otra apretando sus pechos, dos manos separando sus muslos…Su respiración se hacía cada vez más fuerte y agitada, y sus ojos buscaban las siluetas a las que esas extremidades debían pertenecer, pero no alcanzaba a diferenciar nada. Sólo negro. Sólo palmas, dorsos y falanges acariciando y sujetando su cuerpo.
Estaba sumida en una gran conmoción, como paralizada, cuando de golpe tuvo la necesidad de resistirse. De salir corriendo. Moviendo los brazos hacia los lados consiguió deshacerse de algunas de las manos que sostenían su cuerpo. Agitando la cabeza deprisa, consiguió liberarse de los dedos que taponaban su boca, que jugaban insidiosos con su lengua estirándola hacia fuera, obligándola a lamer sus labios una y otra vez. Cuando se notó un poco más suelta, giró bruscamente sobre su eje y corrigiendo el pequeño desequilibrio que este movimiento había provocado, comenzó a correr apartando a manotazos los cuerpos que se abalanzaban sobre ella. Continuó corriendo hasta que encontró un portal abierto en el que esconderse.
Asomó discretamente su cabeza desde el interior y comprobó que nadie la había seguido. Volvió la mirada hacia el final de la calle, a la esquina que colindaba con la plaza. Al fondo, un murmullo de voces, luces en lo que parecía ser un escenario y una figura bailando suavemente deslizando su cuerpo contra el suelo.
Miró hacia arriba buscando el nombre de la calle a la que había ido a parar. Escapar de ahí sería mucho más fácil si sabía qué dirección coger. Columela. Se encontraba tan sólo a 100 metros de la plaza y la calle estaba vacía.
Apoyó su cuerpo contra la pared, con un gesto de alivio. Algo se le clavó en la espalda. Al darse la vuelta comprobó que había dejado caer su cuerpo contra un espejo.
Lo agarró con fuerza y dirigió el cristal hacia su rostro. Con las manos temblorosas comenzó a revolver su bolso hasta que lo encontró. Desenroscó la tapadera y sacó un pincel impregnado de pintura. Lo apoyo sobre su labio inferior y comenzó a deslizarlo suavemente de un lado hacia otro. Cuando su boca estaba cubierta con una capa de carmín, apretó con fuerza los labios, como queriendo recrear ese beso perdido, quizá robado.
De repente, en medio de un gran silencio, un aplauso multitudinario retumbó en las paredes de la calle.
La chica de labios serviles que se dejaban arrastrar por el deseo suspiró aliviada: la función, había terminado.
Acababa de reconocer aquel sentimiento lejano que parecía ya perdido. Sabía que era totalmente incapaz de olvidar, por lo que de tanto en tanto, recordaba sentimientos pasados y sufría del mismo modo que lo hiciera cuando éstos aun conservaban su forma y motivo originales.
Apretó sus labios, uno contra el otro, para saborear de nuevo lo que fuera un beso perdido, más bien robado, que aún estaba latente en su boca, entre sus dientes, en la punta de una lengua que se mostró servicial cuando tuvo la oportunidad.
Movió la cabeza de un lado a otro y pensó “estoy atrapada sin remedio”. La única opción que le quedaba, era seguir caminando hacia delante.
La gente se agolpaba en las aceras, fruto de una iniciativa cultural de la ciudad que había conseguido atraer a propios y turistas hacia un género ya poco apreciado: el teatro. Lanzó la mirada hacia el fondo de la plaza abarrotada y observó unas tenues candilejas que apenas si iluminaban un escueto escenario vacío.
La chica que para sentirse sexy embadurnaba sus labios de gloss hasta hacerlos irresistibles, decidió quedarse un rato parada, con la expectativa de encontrar alguna respuesta en aquella sobria puesta en escena.
Un escalofrío recorrió su cuello cuando apareció un cuerpo semidesnudo en escena. Entrecerró los ojos para comprobar que sus pupilas habían captado lo que su piel ahora delataba: ese cuerpo era el suyo.
Quiso avanzar corriendo hacia el escenario, lanzarse contra la actriz que se contorsionaba brutalmente en una suerte de danza tribal, y arrancarle con los dientes el poco de ropa que cubría su escuálido cuerpo.
Como si de otra persona se tratara, se llevó las manos a la cara para reconocerse despierta. Ladeó la cabeza para comprobar si algún espectador se había percatado de que la persona que se encontraba a su lado sufría una bilocación un tanto preocupante.
A su lado un hombre aspiraba con fuerza un cigarrillo. Nada. Detrás, una familia con un carrito de bebé se disculpaba por golpearle los tobillos con las ruedecillas.
Comprendió entonces que alguna extraña fuerza había guiado sus pasos hasta allí. Recordó el repentino devenir del sentimiento pasado, las candilejas, los movimientos frenéticos de esa chica en el escenario y se dio cuenta de que tenía que terminar de ver la función.
Respiró hondo un par de veces y fijó la vista en el escenario que de repente se había llenado de luz. El espacio se había cubierto con una fina capa de humo que dejaba entrever unas extrañas estatuillas como de dioses de un tiempo remoto que no podía acertar a señalar. El tiempo que estuvo buscando la razón de su duplicidad, le había restado atención al espectáculo, por lo que sentía que se había perdido algo.
De pronto, el escenario se iluminó por completo y poco a poco, la niebla fue descubriendo un decorado parecido al salón de su casa. Las estatuillas permanecían inmóviles muy cerca de lo que simulaba su sillón, la cómoda del televisor, el Ficus de la esquina… Todo parecía cubierto de un polvo que anunciaba el paso de una batalla cruenta. Contemplaba a la chica del escenario posar su mano suavemente en cada uno de los muebles que ahora componían las ruinas de su casa. Cada vez que posaba sus delgados dedos sobre un mueble, acercaba su mano más tarde, para lamer lascivamente el polvo que cubría el siniestro decorado.
Cuando se aproximaba a alguna de las estatuillas se quedaba rígida, frente a frente con la imagen. Hasta que en una violenta sacudida, dejaba caer su cuerpo sobre la figura y comenzaba a besarla frenética, a lamerla como si de un alimento divino se tratara. Se detenía en el cuello para morder la superficie de cartón piedra que las recubría y acto seguido, dirigía su mirada hacia el público con un trozo de material arrancado a la estatua entre sus dientes.
Lamía el polvo de los muebles, embestía una estatua, sonreía al público masticando un trozo de cartón. Polvo, embestida, polvo, embestida y siempre concluía con el trozo de piel ficticia entre los dientes.
De pronto, todo se apagó de repente. Un gran bullicio se hizo en la plaza. La gente inquieta comenzaba a moverse de un lado a otro, y de repente, la chica de labios carnosos por el efecto del pintalabios comenzó a sentir cómo decenas de manos comenzaban a recorrer su cuerpo.
Se hizo el silencio, y atrapada en la oscuridad que ahora reinaba en todo el espacio, intentó quedarse quieta durante un segundo, intentando despertar de aquella terrible pesadilla, mientras sentía un dedo entrando en su boca, una mano agarrando su cuello, otra apretando sus pechos, dos manos separando sus muslos…Su respiración se hacía cada vez más fuerte y agitada, y sus ojos buscaban las siluetas a las que esas extremidades debían pertenecer, pero no alcanzaba a diferenciar nada. Sólo negro. Sólo palmas, dorsos y falanges acariciando y sujetando su cuerpo.
Estaba sumida en una gran conmoción, como paralizada, cuando de golpe tuvo la necesidad de resistirse. De salir corriendo. Moviendo los brazos hacia los lados consiguió deshacerse de algunas de las manos que sostenían su cuerpo. Agitando la cabeza deprisa, consiguió liberarse de los dedos que taponaban su boca, que jugaban insidiosos con su lengua estirándola hacia fuera, obligándola a lamer sus labios una y otra vez. Cuando se notó un poco más suelta, giró bruscamente sobre su eje y corrigiendo el pequeño desequilibrio que este movimiento había provocado, comenzó a correr apartando a manotazos los cuerpos que se abalanzaban sobre ella. Continuó corriendo hasta que encontró un portal abierto en el que esconderse.
Asomó discretamente su cabeza desde el interior y comprobó que nadie la había seguido. Volvió la mirada hacia el final de la calle, a la esquina que colindaba con la plaza. Al fondo, un murmullo de voces, luces en lo que parecía ser un escenario y una figura bailando suavemente deslizando su cuerpo contra el suelo.
Miró hacia arriba buscando el nombre de la calle a la que había ido a parar. Escapar de ahí sería mucho más fácil si sabía qué dirección coger. Columela. Se encontraba tan sólo a 100 metros de la plaza y la calle estaba vacía.
Apoyó su cuerpo contra la pared, con un gesto de alivio. Algo se le clavó en la espalda. Al darse la vuelta comprobó que había dejado caer su cuerpo contra un espejo.
Lo agarró con fuerza y dirigió el cristal hacia su rostro. Con las manos temblorosas comenzó a revolver su bolso hasta que lo encontró. Desenroscó la tapadera y sacó un pincel impregnado de pintura. Lo apoyo sobre su labio inferior y comenzó a deslizarlo suavemente de un lado hacia otro. Cuando su boca estaba cubierta con una capa de carmín, apretó con fuerza los labios, como queriendo recrear ese beso perdido, quizá robado.
De repente, en medio de un gran silencio, un aplauso multitudinario retumbó en las paredes de la calle.
La chica de labios serviles que se dejaban arrastrar por el deseo suspiró aliviada: la función, había terminado.
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Sin respuestas
Es difícil conocer el límite
cuando es el universo entero
el que se ofrece ante tus labios.
Es imposible mantener la cordura
cuando se vive y se disfruta
una noche infinita.
Es el dolor el que palpita entre las piernas,
regando de deseo
una piel que marchita se creía.
cuando es el universo entero
el que se ofrece ante tus labios.
Es imposible mantener la cordura
cuando se vive y se disfruta
una noche infinita.
Es el dolor el que palpita entre las piernas,
regando de deseo
una piel que marchita se creía.
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