La chica de los labios jugosos y hambrientos jugaba con sus dedos y mordía impaciente sus uñas. Sabía lo que le esperaba y estaba claro que eso le gustaba, mucho, muchísimo.
Recordaba la última vez, cómo se había bebido el sudor, tragado la saliva y resbalado con el jugo de los cuerpos.
Sentía estremecerse su columna, al ritmo de la cabalgadura infinita, al son de las bocas que suspiran y de las pieles que se habitan.
Imaginó de nuevo unas manos cubriendo sus pechos, restallando las heridas marcadas por tantas batallas y haciéndolas sangrar.
La chica que antes de cada cita hacía brillar sus labios gracias a su pincel cargado de gloss, no podía olvidar que había vuelto a llorar, que había vuelto a explotar, que se había sentido atravesada por el deseo, por la pasión. Y sentía que en el fondo, todo esto que parecía algo vivido, realmente era totalmente nuevo.
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