Sabía la barca que algún día regresaría a la orilla.
Eso pensaba cuando el oleaje la tambaleaba violentamente, y ella, confusa
se acercaba a las gaviotas para susurrarles su deseo.
Un día, el océano, cansado de batirse cíclico
escuchó sus ruegos y la meció suavemente hasta sus límites de arena.
Cuando la barca rozó con su panza la tierra firme y húmeda
añoró las inquietas noches de altamar.
Por entonces, el cielo era de plomo y la orilla se cubría del áspero barro del otoño.
Ya no quedaban gaviotas a quienes susurrarles,
su secreto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario