jueves, 3 de noviembre de 2011

Todo era amarillo confusión. Yo estaba con mi perra, encerrada en mi cuarto sin saber qué era realmente lo que quería. En ese momento, mi voluntad no era más que la conciencia que tenía de ella. Nada.

Seguían gritando. En el pasillo, en la cocina. Y yo veía cómo mi hermano intentaba sacarnos de todo aquello. A veces no sé si es verdad o una ensoñación verle apartarnos de los objetos que volaban en nuestra casa. Imaginando y contándonos que había que sacar a la perra y que justo nos habían dado 500 pesetas (lo que había ahorrado en dos semanas) para gastarnos en chuches. Todo por sacarnos de allí.
Y ella seguía tirando las sartenes al suelo. Y él, aprovechaba para estrellar las cafeteras contra las paredes. Estaban en la estantería al inicio del pasillo, y volaban como aviones de papel, ¿o estaban en el salón?

Era un piso amarillo, indeterminado y lleno de moquetas. Se mezclaban en él el entusiasmo de las ficciones infantiles con la realidad de la mierda adulta. Amarillo-marrón mierda podrida.
Y eso nos salpicaba. Pienso que todo aquello tiñe de culpa las acciones futuras. Hay una rama de la psicoterapia que me daría la razón y cientos de neuronas que me prohíben echarle la culpa de mis actos a todo lo que pasó en mi infancia. Veo a la gente que tiene hijos, a mis amigos, mis hermanos... y ellos, ¿podrían hacerlo de otra manera?

Ahora lo único que tengo son destellos, imágenes traspasadas por un cristal que soporta una lluvia punzante que se clava en la piel como agujas que hacen sangrar. No como el concepto que una daga afilada dibujaría como “punzante”, ni como una terapia oriental.
Es sangre bañada en agua oxigenada. Son heridas que burbujean. Blanco catálisis e infección.
Son recuerdos enlatados que se clavan en las costillas cuando alguno de nosotros intenta sentir.


El cuarto amarillo, Vincent van Gogh

Ójala no te hubiera conocido. No te atreves, no eres capaz, por ellos.Piénsalo. Una lámina rota, dos camisas desgarradas, tres silencios húmedos agazapados tras un sillón de diseño.

 Mi hermano haciendo de Neo preonírico y nosotros sobreviviendo a base de cuentos que se transformaron en ladrillos poliédricos y en palabras polisémicas. Todo por no determinar nuestra postura, por no destacar las voluntades. Por dejarnos llevar y echar la culpa a lo que en ese momento, la culpa tenía.
 Tenía.

Un coche azul aparcado en un rincón del cuarto prohíbido. "El cuarto de los chicos". No te acerques, nana. Apártate...
¡Nana!

miércoles, 26 de octubre de 2011

Cae la lluvia desde el cielo ojerizo de Sevilla. Resbala por las paredes desesperada, lamiendo la cal que se deforma con su tacto. Abriendo las heridas que dejarán el cemento visto, una temporada más.
La chica de gloss sale de su portal. No lleva chubasquero aunque sabe que debería haberlo sacado del armario.
Deja que cada gota resbale por su escote. Las siente hirviendo, palpitantes. Nota cómo se le quema la piel. Y piensa si en vez de estar bajo un cielo en tormenta se encuentra cubierta por un volcán en erupción. Es magma, no es lluvia.

Avanza lentamente por las estrechas calles de su barrio. Los pedales se atascan y cree que las llantas se han quedado pegadas bajo la lava. Así que desiste y se baja de la bicicleta. Las sienes le arden y siente de nuevo ese temor adolescente a mirarse y no reconocerse en cualquier charco. Solo ve agujeros negros y piedras cambiantes. Un manto rojo y negro que se queda pegado en las suelas, en las rodillas, en la cintura.
Unos metros atrás abandonó su bicicleta, ya casi no puede verla. Ha sido devorada. Sigue avanzando decidida entre el esputo volcánico. Siente que si no lo intenta, si no levanta las piernas para atravesar las fallas que rodean su cuerpo, quedará sepultada para siempre.

Comienza a desprenderse de la piel que le cuelga. Está decidida a arder en la lluvia de fuego antes que congelarse tras la ventana de su casa.
Se pinta los labios, se pone el chubasquero. Se mira al espejo y decide no disimular por esta vez las ojeras. 
Baja las escaleras, coge su bicicleta y marcha bajo el agua templada de otoño a buscar un abrazo. Que la funda, que la hierva, que la explote.

domingo, 16 de octubre de 2011

Si tuviera que comerme mi estómago
a pedazos
y de ácido podrido en mis entrañas
se me quemaran los labios...
Repetiría en alto las palabras
decepción y remembranza
y luego con un hilo de voz susurraría:
¡Váyase a romper los platos a otra casa!

viernes, 30 de septiembre de 2011

Cuando al lavar la cara en la mañana
y pasar suaves las palmas sobre el rostro
de hollín queden las arrugas dibujadas,
y de asfalto puro, la boca de la boca:
Es momento de mirar el agua en que te lavas,
y no querer borrar tu gesto
por una sucia marca.
Sino dejar atrás las apariencias
y cambiar por agua cristalina
pura, sana
aquella porquería
que hasta entonces
alimentaba cada día  tus entrañas.

martes, 23 de agosto de 2011



El sonido de las gaviotas había sustituido el de las campanas de media tarde. 
Miró tranquilamente su taza de té, y pensó que el arcano número trece no siempre significa la muerte. 
Entonces sonrió y se dio cuenta de que por fin, había conseguido poner agua de por medio.

viernes, 12 de agosto de 2011

I



El lobo merodea
alrededor de la carroña,
que deja la memoria tras su huida.

II


Nunca termina
el sueño de las mujeres, que juegan
a ser infinitas.

jueves, 11 de agosto de 2011

Vísceras y extremidades

La chica de los labios color de iris, miró su pie plastificado y comprendió que algunas marcas no salen solas. El médico se había sorprendido y había confesado su ignorancia ante tal eczema. Volvió a mirar el plástico brillando al trasluz de una lámpara amarilla. Y notó su corazón también plastificado. Protegido y obligado a guardar reposo, impulsado a proteger el poco riego que aun le quedaba.
Algunas marcas son ilustraciones que el cuerpo nos graba en la piel para mostrarnos una evidencia. Podemos ignorarlas, tratarlas y mantenerlas ocultas. Pero la certeza de su existencia es persistente.
Quizá tuviera una pequeña muesca en la aorta y ahí era muy difícil aplicar la crema que ahora calmaba el picor constante de su pie. Un plástico que protege el corazón, pensó de nuevo. Y ladeando la cabeza descubrió que si la sangre le escocía era porque los leucocitos se le habían vuelto grises y un eczema inmunitario era muy difícil de vencer.
Tuvo tentación de rascarse, el film se lo impidió. Cogió su copa de vino y bebiendo lentamente se dispuso a evitar una anemia emocional.

martes, 7 de junio de 2011




Uno
...
Dos
...
Y al tercer intento,
la cerilla se quebró sobre la lija.

lunes, 23 de mayo de 2011

Bonnie estrechaba entre sus brazos aquella bolsa de cartón, llena de pasta y llena de grasa. Miró a su alrededor. Todos estaban escondidos bajo las mesas o tras la barra y Clyde continuaba apuntándoles con la Sprinfield que había robado de casa de su abuelo. Se le veía tan poderoso y seguro de sí mismo en esa posición...
Bajó uno de sus brazos, sosteniendo con el otro la bolsa, fuerte, contra su pecho. Se ajustó la falda, se subió las medias, encajó los zapatos en su sitio y miró a su derecha. Serían las doce del mediodía y el parking de aquella gasolinera se le antojaba como la puerta hacia la luz que te llama tras la muerte. Respiró, sentía cómo los billetes se estrellaban contra su escote y cómo una tormenta se precipitaba hacia sus ojos. Volvió a mirarle. Seguía erguido, como un perro de presa.
Era guapo, aquel cabrón.
La gente continuaba inmóvil, acomodada en el suelo, pensando en cómo debía contar aquella anécdota.
Bonnie cerró los ojos, apretó los dientes y en menos de dos segundos atravesó el umbral hacia la muerte amarilla. Traspasó los límites hacia la libertad eterna.

sábado, 14 de mayo de 2011

Elisa tenía sueños. Pasajes que alargaba en duermevela para descubrir cómo se resolvían. Algunos eran tan reales que si discutía con alguien mientras dormía, al día siguiente el enfado se prolongaba durante toda la jornada.

A veces, resultaban muy coherentes si los comparaba con la realidad que estaba viviendo y se preguntaba si no se tratarían los sueños, de la forma que los monstruos de la conciencia adoptan para enviarnos mensajes.
Si hubiera podido escribir alguno de ellos al levantarse, tendría un cuaderno lleno de relatos que, como dictados por un ente superior, le iban revelando las verdades y las mentiras de aquello que le preocupaba. A veces, se preguntaba si los íncubos existirían realmente y si no serían ellos quienes le dictaban aquellas imágenes a su mente y quienes posteriormente, con una exhalación húmeda, los fijaban en su memoria como verdades inalterables, como pasajes vividos.

 
Elisa una mañana, se puso frente a sus sueños. Los colocó en fila india y observó detenidamente los rostros que se le figuraban en aquella nebulosa onírica. Los fue llamando uno a uno, con voz firme y con desprecio, como hacen los coroneles en las películas cuando se encuentran frente a la fila se soldados.

A medida que se iban presentando, encontraba escenas de máxima nitidez junto con densos reflejos que ocultaban parte de lo sucedido. Estos, eran descartados de inmediato, por no revelar más que dudas y aportar incertidumbre en el proceso.

A continuación, encendió un cigarro y se quedó frente a los seleccionados. Elisa alargó la mano hacia una mesita en la que reposaba su libreta y fue comparando las fechas de sus anotaciones con aquellos detritus de la noche a los que había decidido interrogar.

De pronto, alzó la vista y dejó resbalar el cigarrillo entre sus manos. Los sueños habían desaparecido y lo único que quedaba ante ella era el reflejo de su silueta empañado por el humo del cigarro, que humeante, yacía en el suelo junto a sus pies.

Elisa, una mañana de mayo, abandonó su extraña compulsión de buscar las respuestas de las preguntas que nunca había llegado a formular.

viernes, 18 de marzo de 2011

Quiero ser indecorosa, hasta que se vuelvan verdes las granadas
antes de que al alba se desgranen, y caigan sus pepitas,
podridas: en el suelo.
Voy a derramar en la boca del silencio
lava ardiente que extermine los fantasmas y los velos.
Y si todo queda en pie, si todo queda quieto,
prenderán distintas llamas
en el cajón, del ansia y del deseo.