miércoles, 20 de enero de 2010

Entreacto

La chica de labios jugosos y brillantes avanzó un par de pasos y se paró en seco.
Acababa de reconocer aquel sentimiento lejano que parecía ya perdido. Sabía que era totalmente incapaz de olvidar, por lo que de tanto en tanto, recordaba sentimientos pasados y sufría del mismo modo que lo hiciera cuando éstos aun conservaban su forma y motivo originales.
Apretó sus labios, uno contra el otro, para saborear de nuevo lo que fuera un beso perdido, más bien robado, que aún estaba latente en su boca, entre sus dientes, en la punta de una lengua que se mostró servicial cuando tuvo la oportunidad.

Movió la cabeza de un lado a otro y pensó “estoy atrapada sin remedio”. La única opción que le quedaba, era seguir caminando hacia delante.
La gente se agolpaba en las aceras, fruto de una iniciativa cultural de la ciudad que había conseguido atraer a propios y turistas hacia un género ya poco apreciado: el teatro. Lanzó la mirada hacia el fondo de la plaza abarrotada y observó unas tenues candilejas que apenas si iluminaban un escueto escenario vacío.

La chica que para sentirse sexy embadurnaba sus labios de gloss hasta hacerlos irresistibles, decidió quedarse un rato parada, con la expectativa de encontrar alguna respuesta en aquella sobria puesta en escena.

Un escalofrío recorrió su cuello cuando apareció un cuerpo semidesnudo en escena. Entrecerró los ojos para comprobar que sus pupilas habían captado lo que su piel ahora delataba: ese cuerpo era el suyo.
Quiso avanzar corriendo hacia el escenario, lanzarse contra la actriz que se contorsionaba brutalmente en una suerte de danza tribal, y arrancarle con los dientes el poco de ropa que cubría su escuálido cuerpo.
Como si de otra persona se tratara, se llevó las manos a la cara para reconocerse despierta. Ladeó la cabeza para comprobar si algún espectador se había percatado de que la persona que se encontraba a su lado sufría una bilocación un tanto preocupante.
A su lado un hombre aspiraba con fuerza un cigarrillo. Nada. Detrás, una familia con un carrito de bebé se disculpaba por golpearle los tobillos con las ruedecillas.

Comprendió entonces que alguna extraña fuerza había guiado sus pasos hasta allí. Recordó el repentino devenir del sentimiento pasado, las candilejas, los movimientos frenéticos de esa chica en el escenario y se dio cuenta de que tenía que terminar de ver la función.
Respiró hondo un par de veces y fijó la vista en el escenario que de repente se había llenado de luz. El espacio se había cubierto con una fina capa de humo que dejaba entrever unas extrañas estatuillas como de dioses de un tiempo remoto que no podía acertar a señalar. El tiempo que estuvo buscando la razón de su duplicidad, le había restado atención al espectáculo, por lo que sentía que se había perdido algo.
De pronto, el escenario se iluminó por completo y poco a poco, la niebla fue descubriendo un decorado parecido al salón de su casa. Las estatuillas permanecían inmóviles muy cerca de lo que simulaba su sillón, la cómoda del televisor, el Ficus de la esquina… Todo parecía cubierto de un polvo que anunciaba el paso de una batalla cruenta. Contemplaba a la chica del escenario posar su mano suavemente en cada uno de los muebles que ahora componían las ruinas de su casa. Cada vez que posaba sus delgados dedos sobre un mueble, acercaba su mano más tarde, para lamer lascivamente el polvo que cubría el siniestro decorado.
Cuando se aproximaba a alguna de las estatuillas se quedaba rígida, frente a frente con la imagen. Hasta que en una violenta sacudida, dejaba caer su cuerpo sobre la figura y comenzaba a besarla frenética, a lamerla como si de un alimento divino se tratara. Se detenía en el cuello para morder la superficie de cartón piedra que las recubría y acto seguido, dirigía su mirada hacia el público con un trozo de material arrancado a la estatua entre sus dientes.

Lamía el polvo de los muebles, embestía una estatua, sonreía al público masticando un trozo de cartón. Polvo, embestida, polvo, embestida y siempre concluía con el trozo de piel ficticia entre los dientes.
De pronto, todo se apagó de repente. Un gran bullicio se hizo en la plaza. La gente inquieta comenzaba a moverse de un lado a otro, y de repente, la chica de labios carnosos por el efecto del pintalabios comenzó a sentir cómo decenas de manos comenzaban a recorrer su cuerpo.
Se hizo el silencio, y atrapada en la oscuridad que ahora reinaba en todo el espacio, intentó quedarse quieta durante un segundo, intentando despertar de aquella terrible pesadilla, mientras sentía un dedo entrando en su boca, una mano agarrando su cuello, otra apretando sus pechos, dos manos separando sus muslos…Su respiración se hacía cada vez más fuerte y agitada, y sus ojos buscaban las siluetas a las que esas extremidades debían pertenecer, pero no alcanzaba a diferenciar nada. Sólo negro. Sólo palmas, dorsos y falanges acariciando y sujetando su cuerpo.

Estaba sumida en una gran conmoción, como paralizada, cuando de golpe tuvo la necesidad de resistirse. De salir corriendo. Moviendo los brazos hacia los lados consiguió deshacerse de algunas de las manos que sostenían su cuerpo. Agitando la cabeza deprisa, consiguió liberarse de los dedos que taponaban su boca, que jugaban insidiosos con su lengua estirándola hacia fuera, obligándola a lamer sus labios una y otra vez. Cuando se notó un poco más suelta, giró bruscamente sobre su eje y corrigiendo el pequeño desequilibrio que este movimiento había provocado, comenzó a correr apartando a manotazos los cuerpos que se abalanzaban sobre ella. Continuó corriendo hasta que encontró un portal abierto en el que esconderse.
Asomó discretamente su cabeza desde el interior y comprobó que nadie la había seguido. Volvió la mirada hacia el final de la calle, a la esquina que colindaba con la plaza. Al fondo, un murmullo de voces, luces en lo que parecía ser un escenario y una figura bailando suavemente deslizando su cuerpo contra el suelo.

Miró hacia arriba buscando el nombre de la calle a la que había ido a parar. Escapar de ahí sería mucho más fácil si sabía qué dirección coger. Columela. Se encontraba tan sólo a 100 metros de la plaza y la calle estaba vacía.
Apoyó su cuerpo contra la pared, con un gesto de alivio. Algo se le clavó en la espalda. Al darse la vuelta comprobó que había dejado caer su cuerpo contra un espejo.
Lo agarró con fuerza y dirigió el cristal hacia su rostro. Con las manos temblorosas comenzó a revolver su bolso hasta que lo encontró. Desenroscó la tapadera y sacó un pincel impregnado de pintura. Lo apoyo sobre su labio inferior y comenzó a deslizarlo suavemente de un lado hacia otro. Cuando su boca estaba cubierta con una capa de carmín, apretó con fuerza los labios, como queriendo recrear ese beso perdido, quizá robado.

De repente, en medio de un gran silencio, un aplauso multitudinario retumbó en las paredes de la calle.
La chica de labios serviles que se dejaban arrastrar por el deseo suspiró aliviada: la función, había terminado.

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