miércoles, 9 de junio de 2010

Llegó un momento, en el que mis zapatos de cristal ya no me entraban. (Una talla 40, no es una talla de princesa).
Ese día, mi príncipe dejó de serlo y pasó a convertirse en un joven normal, presuntuoso y más bien feo. ¿Por qué iba él a seguir probándome los zapatos?

Encerrada en mi cuento de hadas, decidí comenzar a derribar los muros de palacio.
Aprendí a conducir calabazas, y me largué con el vestido de fiesta y unas deportivas sucias.

Al atravesar la muralla, los soldados me miraban aterrados: ya no necesitaba el anhelo de creerme feliz en un sitio, en el que yo, no encajaba.
Se sorprendieron también de pensar que, esa mujer débil, frágil e ingenua por su pobreza, jamás volvería a necesitar a un hada madrina que le diera malos consejos.

Una mujer que por fin, se había desprendido de la escoba, y que hoy, de nuevo se desprendía de algo: de las rozaduras que producen llevar unos maravillosos zapatos de cristal.

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