El principito creció sabiendo que la esperanza no es más que una palabra que se pierde en el corazón y se mantiene en el verbo.
Su pequeño planeta desapareció tras el crecimiento descontrolado de los baobabs, su rosa se marchitó a causa de una sequía que asoló toda la galazia y el zorro, finalmente no era más que eso: un zorro que intentó comerse su pierna en más de una ocasión.
El principito un día salió con un sombrero de serpiente que llevaba dentro un elefante y salió a buscar su futuro tras abandonar las cenizas de un asteroide que representaba su pasado.
Todo el mundo desconocía su realeza y en esa búsqueda lo único que encontró fue a un montón de pilotos interesados en mantener relaciones sexuales con un joven imberbe.
El principito una tarde, bebiendo whisky con soda en una taberna del centro de Madrid, decidió salir a compararse unos zapatos.
De camino encontró un par demedias y un liguero. En el baño de un bar de azulejo amarillento y perfume de fritura se puso los tacones y salió a la calle a caminar.
Cuando comprobó que su larga melena rubia pasaba desapercibida y oculta tras el contoneo de caderas que guiaban sus pies desde Gran Vía, el principito decidió que a partir de ese momento iba a ser princesa. Que a partir de ese momento, ningún volcán iba a molestarle más que el que yacía oculto entre sus piernas. El principito decidió llamarse Priscilla.
Final explosivo.
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