La chica de los labios tan brillantes como un amanecer bañado por el rocío tan sólo quería llorar.
Sentía que efectivamente, todos sus temores se habían hecho realidad. Que todo lo que había temido, y todo lo que se había culpado precisamente por temerlo, no eran simples fantasías suyas.
Recordó aquella obra de teatro frente a la catedral, en la que ella aparecía rodeada de cenizas, ubicada en un espacio que parecía el campo de batalla de una guerra. Observando las ruinas de lo que quedaba de su vida.
Apenas le quedaban fuerzas para otra cosa que no fuera compadecerse. La chica a la que no le gustaba retirarse el gloss con una servilleta confirmó que nada se puede esperar de lo que no existe, de lo que no avanza, de lo que no es bueno ya desde la raíz.
Hacía mucho tiempo que deseaba sanear su vida y sin embargo, se había dejado llevar, se había dejado ilusionar, iluminar por lo que al final, no había sido más que un espejismo.
Se había quedado cegada por aquellos ojos de sol de eclipse.
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