La chica de los labios brillantes y pegajosos era hoy, la chica de los ojos temblorosos a causa del diluvio.
Su corazón latía muy deprisa al ritmo que su pensamiento martilleaba sus sienes repitiéndole una y otra vez: ¿Por qué te metiste ahí? ¿Porqué tuviste que probar suerte con eso?
Recordaba cómo tras aquella función en la plaza de la Catedral, se había sentido contrariada pero con ganas y fuerzas para ser ella misma la actriz que representara el papel de su vida. Si alguien había tenido la idea de montar un espectáculo cuya trama era la vida de otros, ¿porqué no montar uno con la vida propia?
Llevaba meses vendiendo su idea, girando por una tierra que aunque no era suya, la había acogido con los brazos abiertos. La chica de los labios como estrellas repasaba en una lista los éxitos y desventuras de su periplo teatrero mientras recogía el último zapato que perdió en el escenario la noche de la tormenta de verano.
Primero suspendieron unas cuantas funciones. Esas pérdidas eran asumibles porque la chica de la adicción por los barnices y la cabeza bien puesta había calculado siempre a la baja los beneficios de su empresa.
Luego fueron los recortes presupuestarios en las salas. Algunas funciones hubo que llevarlas a la calle porque para ahorrar, habían decidido prescindir de la iluminación. Otras, de noche, se representaban con candilejas lo que le daba un toque romántico y decimonónico a la escena que enganchaba a muchos de los que no habían visto la obra aun, o hacía repetir bajo los visos de la novedad, a los asiduos.
A continuación, la chica de los labios marrones o rosados según el tono de gloss y el estado de ánimo, tuvo que establecerse en un teatro. Las giras eran muy costosas y la suspensión de funciones y de pagos comenzaba a ser insostenible.
La chica de los labios descoloridos por el tiempo que llevaba sin renovar su maquillaje, estaba sentada encima de un baúl, como esos antiguos, como los que los titiriteros, trotamundos, ilusionistas y cómicos arrastraban de ciudad en ciudad portando sorpresas e ilusiones.
Se levantó con los ojos empañados mordiendo su labio inferior con fuerza, abrió el viejo cajón de cuero y puso con mucho cuidado el zapato, un pañuelo y la máscara que le regaló un buen amigo el día que vio su vida sobre un escenario.
Cerró el baúl, un montón de polvo se levantó en torno a ella. Se echó a llorar sosteniendo el cartel de "se suspende la función".
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