viernes, 5 de noviembre de 2010

Tornado

La chica que soñaba que todos los otoños eran primaveras, se sorprendió con las pupilas enrojecidas y atormentadas.
Y sintió que tenía quince años. De pronto, se le habían caído al suelo casi otros quince de experiencias, emociones y lecciones aprendidas.
En la adolescencia todo se vive como si un tornado te arrancara las entrañas- pensó- con la emoción irrepetible de las primeras veces.
Ella sentía ese aire enloquecido penetrando en sus pulmones y creía que quizá, todas aquellas primeras veces que recordaba, no le habían servido realmente para nada.
Como las furiosas tempestades que apartaban al héroe de su destino, sus labios temblaban al pensar que todo, lo bueno y lo malo, iba a vivirlo con la misma intensidad.
Se trataba de un regreso a los amaneceres rojos, a las tardes de culpa e incertidumbre, de vuelco en el pecho y sonrisa infinita. Una vuelta al anochecer que no permitía que las luces se apagasen bajo sus párpados.

La chica que, siendo mujer, se embadurnaba la boca de besos brillantes, tenía en el pecho una jaula y en las venas un veneno de estaño que le arrancaba la vida a base de quemarla.
No sabía en qué disco duro habría dejado los consejos, las esperanzas fallidas a base de algoritmos simples de experiencias tempranas y las bayonetas clavadas a media asta que habían atravesado su estómago desde la infancia y que le habían triturado hasta las ganas.
Se había olvidado de todo lo aprendido y se abandonaba a ese placer concupiscente de una cabeza que no conoce pasado y un corazón que tiene demasiadas expectativas sobre el futuro.

La chica cuyos labios sabían a cereza hasta en otoño, se disculpó frente el espejo y se dispuso a hacer lo que cualquier adolescente haría: escribir su propia memoria.

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