Todo era amarillo confusión. Yo estaba con mi perra, encerrada en mi cuarto sin saber qué era realmente lo que quería. En ese momento, mi voluntad no era más que la conciencia que tenía de ella. Nada.
Seguían gritando. En el pasillo, en la cocina. Y yo veía cómo mi hermano intentaba sacarnos de todo aquello. A veces no sé si es verdad o una ensoñación verle apartarnos de los objetos que volaban en nuestra casa. Imaginando y contándonos que había que sacar a la perra y que justo nos habían dado 500 pesetas (lo que había ahorrado en dos semanas) para gastarnos en chuches. Todo por sacarnos de allí.
Y ella seguía tirando las sartenes al suelo. Y él, aprovechaba para estrellar las cafeteras contra las paredes. Estaban en la estantería al inicio del pasillo, y volaban como aviones de papel, ¿o estaban en el salón?
Era un piso amarillo, indeterminado y lleno de moquetas. Se mezclaban en él el entusiasmo de las ficciones infantiles con la realidad de la mierda adulta. Amarillo-marrón mierda podrida.
Y eso nos salpicaba. Pienso que todo aquello tiñe de culpa las acciones futuras. Hay una rama de la psicoterapia que me daría la razón y cientos de neuronas que me prohíben echarle la culpa de mis actos a todo lo que pasó en mi infancia. Veo a la gente que tiene hijos, a mis amigos, mis hermanos... y ellos, ¿podrían hacerlo de otra manera?
Ahora lo único que tengo son destellos, imágenes traspasadas por un cristal que soporta una lluvia punzante que se clava en la piel como agujas que hacen sangrar. No como el concepto que una daga afilada dibujaría como “punzante”, ni como una terapia oriental.
Es sangre bañada en agua oxigenada. Son heridas que burbujean. Blanco catálisis e infección.
Son recuerdos enlatados que se clavan en las costillas cuando alguno de nosotros intenta sentir.
Son recuerdos enlatados que se clavan en las costillas cuando alguno de nosotros intenta sentir.
El cuarto amarillo, Vincent van Gogh |
Ójala no te hubiera conocido. No te atreves, no eres capaz, por ellos.Piénsalo. Una lámina rota, dos camisas desgarradas, tres silencios húmedos agazapados tras un sillón de diseño.
Mi hermano haciendo de Neo preonírico y nosotros sobreviviendo a base de cuentos que se transformaron en ladrillos poliédricos y en palabras polisémicas. Todo por no determinar nuestra postura, por no destacar las voluntades. Por dejarnos llevar y echar la culpa a lo que en ese momento, la culpa tenía.
Tenía.
Un coche azul aparcado en un rincón del cuarto prohíbido. "El cuarto de los chicos". No te acerques, nana. Apártate...
¡Nana!
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