Hay una aspiración en todo el que escribe. Llegar a rozar algún día algo de lo que haya leído. Pero solo aquellos libros escogidos por gusto y no por obediencia. Por curiosidad y azar en un momento y lugar determinados. Me remito en este texto a dos que me han impresionado: La hora de la estrella, y El cielo es azul, la tierra blanca. Las autoras, dos, mujeres, dos, de distintos extremos del planeta: Clarice Lispector (Brasil) y Hiromi Kawakami (Japón).
Dejo aquí las notas que escribí al terminar cada uno de esos libros. Ellas me empujan a escribir, yo, estoy obligada a escucharlas.
La hora de la estrella
Quedarse quieta mirando este libro es un sufrimiento infinito. Ahora no sé qué hacer, sin Clarice, sin Macabea, sin ese autor repleto de existencia (¿o quizá no?), es quedarse sin órganos fonéticos, es querer pasar toda la vida muda, para siempre.
Ahora sé que puedo escribir (no sé si como ella) me ha dado palabras y el extenso universo de lo posible inacabado.
¿Punto final? No. Esa muerte que dice, el que narra desde Clarice esta historia, que todos necesitamos para poder resucitar de nosotros mismos. Yo, aún, estoy en proceso de descomposición.
El cielo es azul, la tierra blanca
Se me ha cambiado el tiempo de repente. Los compases se trastocan y como si de un torrente de agua se tratase, este libro me ha arrastrado por el vasto e inapreciable río del tiempo.
En mi línea cronológica vital, he avanzado dos puestos.
Es como si me hubiese desplazado, empujado hacia otra yo. Atravesada por una transición que me suspende, que me deja colgada en el aire, prendida en un clavo mal puesto hacia el poder ser.
Cuando comencé a leer, tenía apenas 17 años. La verdad, no lo recuerdo. Hoy cierro estas páginas con el peso de lo doble, y con la mirada cansina (y cansada) de la adulta.
Me han crecido por dentro las palabras; como un árbol. Ahora tengo los ojos llenos de memoria, borrachos de existencia.
No sé hacía dónde se dirige ya, el tiempo que camina. Acierto a ver mis pasos. Es todo lo que puedo.
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