La chica de los labios rojos como rubíes y jugosos como cerezas al morder, soñaba que ya no iba a soñar más porque a veces, lo que imaginaba dormida se hacía realidad.
Como en una suerte de ciclo premonitorio se daba cuenta de que tanto lo malo como lo bueno se había ido cumpliendo.
El gloss que se había puesto aquella tarde tenía un cierto sabor frutal por lo que la chica cuyo brillo en los labios nunca era casual, lamió lentamente el anverso de sus comisuras y recordó que ese era el sabor dulce pero picante que el último sueño le había dejado en la boca.
De nuevo, constataba que muchos deseos inconscientes a veces, se transforman en cuerpos empáticos. En abrazos infinitos.
martes, 22 de junio de 2010
miércoles, 16 de junio de 2010
La chica de los labios brillantes y pegajosos era hoy, la chica de los ojos temblorosos a causa del diluvio.
Su corazón latía muy deprisa al ritmo que su pensamiento martilleaba sus sienes repitiéndole una y otra vez: ¿Por qué te metiste ahí? ¿Porqué tuviste que probar suerte con eso?
Recordaba cómo tras aquella función en la plaza de la Catedral, se había sentido contrariada pero con ganas y fuerzas para ser ella misma la actriz que representara el papel de su vida. Si alguien había tenido la idea de montar un espectáculo cuya trama era la vida de otros, ¿porqué no montar uno con la vida propia?
Llevaba meses vendiendo su idea, girando por una tierra que aunque no era suya, la había acogido con los brazos abiertos. La chica de los labios como estrellas repasaba en una lista los éxitos y desventuras de su periplo teatrero mientras recogía el último zapato que perdió en el escenario la noche de la tormenta de verano.
Primero suspendieron unas cuantas funciones. Esas pérdidas eran asumibles porque la chica de la adicción por los barnices y la cabeza bien puesta había calculado siempre a la baja los beneficios de su empresa.
Luego fueron los recortes presupuestarios en las salas. Algunas funciones hubo que llevarlas a la calle porque para ahorrar, habían decidido prescindir de la iluminación. Otras, de noche, se representaban con candilejas lo que le daba un toque romántico y decimonónico a la escena que enganchaba a muchos de los que no habían visto la obra aun, o hacía repetir bajo los visos de la novedad, a los asiduos.
A continuación, la chica de los labios marrones o rosados según el tono de gloss y el estado de ánimo, tuvo que establecerse en un teatro. Las giras eran muy costosas y la suspensión de funciones y de pagos comenzaba a ser insostenible.
La chica de los labios descoloridos por el tiempo que llevaba sin renovar su maquillaje, estaba sentada encima de un baúl, como esos antiguos, como los que los titiriteros, trotamundos, ilusionistas y cómicos arrastraban de ciudad en ciudad portando sorpresas e ilusiones.
Se levantó con los ojos empañados mordiendo su labio inferior con fuerza, abrió el viejo cajón de cuero y puso con mucho cuidado el zapato, un pañuelo y la máscara que le regaló un buen amigo el día que vio su vida sobre un escenario.
Cerró el baúl, un montón de polvo se levantó en torno a ella. Se echó a llorar sosteniendo el cartel de "se suspende la función".
Su corazón latía muy deprisa al ritmo que su pensamiento martilleaba sus sienes repitiéndole una y otra vez: ¿Por qué te metiste ahí? ¿Porqué tuviste que probar suerte con eso?
Recordaba cómo tras aquella función en la plaza de la Catedral, se había sentido contrariada pero con ganas y fuerzas para ser ella misma la actriz que representara el papel de su vida. Si alguien había tenido la idea de montar un espectáculo cuya trama era la vida de otros, ¿porqué no montar uno con la vida propia?
Llevaba meses vendiendo su idea, girando por una tierra que aunque no era suya, la había acogido con los brazos abiertos. La chica de los labios como estrellas repasaba en una lista los éxitos y desventuras de su periplo teatrero mientras recogía el último zapato que perdió en el escenario la noche de la tormenta de verano.
Primero suspendieron unas cuantas funciones. Esas pérdidas eran asumibles porque la chica de la adicción por los barnices y la cabeza bien puesta había calculado siempre a la baja los beneficios de su empresa.
Luego fueron los recortes presupuestarios en las salas. Algunas funciones hubo que llevarlas a la calle porque para ahorrar, habían decidido prescindir de la iluminación. Otras, de noche, se representaban con candilejas lo que le daba un toque romántico y decimonónico a la escena que enganchaba a muchos de los que no habían visto la obra aun, o hacía repetir bajo los visos de la novedad, a los asiduos.
A continuación, la chica de los labios marrones o rosados según el tono de gloss y el estado de ánimo, tuvo que establecerse en un teatro. Las giras eran muy costosas y la suspensión de funciones y de pagos comenzaba a ser insostenible.
La chica de los labios descoloridos por el tiempo que llevaba sin renovar su maquillaje, estaba sentada encima de un baúl, como esos antiguos, como los que los titiriteros, trotamundos, ilusionistas y cómicos arrastraban de ciudad en ciudad portando sorpresas e ilusiones.
Se levantó con los ojos empañados mordiendo su labio inferior con fuerza, abrió el viejo cajón de cuero y puso con mucho cuidado el zapato, un pañuelo y la máscara que le regaló un buen amigo el día que vio su vida sobre un escenario.
Cerró el baúl, un montón de polvo se levantó en torno a ella. Se echó a llorar sosteniendo el cartel de "se suspende la función".
Etiquetas:
chica de gloss
martes, 15 de junio de 2010
miércoles, 9 de junio de 2010
Llegó un momento, en el que mis zapatos de cristal ya no me entraban. (Una talla 40, no es una talla de princesa).
Ese día, mi príncipe dejó de serlo y pasó a convertirse en un joven normal, presuntuoso y más bien feo. ¿Por qué iba él a seguir probándome los zapatos?
Encerrada en mi cuento de hadas, decidí comenzar a derribar los muros de palacio.
Aprendí a conducir calabazas, y me largué con el vestido de fiesta y unas deportivas sucias.
Al atravesar la muralla, los soldados me miraban aterrados: ya no necesitaba el anhelo de creerme feliz en un sitio, en el que yo, no encajaba.
Se sorprendieron también de pensar que, esa mujer débil, frágil e ingenua por su pobreza, jamás volvería a necesitar a un hada madrina que le diera malos consejos.
Una mujer que por fin, se había desprendido de la escoba, y que hoy, de nuevo se desprendía de algo: de las rozaduras que producen llevar unos maravillosos zapatos de cristal.
Ese día, mi príncipe dejó de serlo y pasó a convertirse en un joven normal, presuntuoso y más bien feo. ¿Por qué iba él a seguir probándome los zapatos?
Encerrada en mi cuento de hadas, decidí comenzar a derribar los muros de palacio.
Aprendí a conducir calabazas, y me largué con el vestido de fiesta y unas deportivas sucias.
Al atravesar la muralla, los soldados me miraban aterrados: ya no necesitaba el anhelo de creerme feliz en un sitio, en el que yo, no encajaba.
Se sorprendieron también de pensar que, esa mujer débil, frágil e ingenua por su pobreza, jamás volvería a necesitar a un hada madrina que le diera malos consejos.
Una mujer que por fin, se había desprendido de la escoba, y que hoy, de nuevo se desprendía de algo: de las rozaduras que producen llevar unos maravillosos zapatos de cristal.
miércoles, 2 de junio de 2010
El pequeño príncipe
El principito creció sabiendo que la esperanza no es más que una palabra que se pierde en el corazón y se mantiene en el verbo.
Su pequeño planeta desapareció tras el crecimiento descontrolado de los baobabs, su rosa se marchitó a causa de una sequía que asoló toda la galazia y el zorro, finalmente no era más que eso: un zorro que intentó comerse su pierna en más de una ocasión.
El principito un día salió con un sombrero de serpiente que llevaba dentro un elefante y salió a buscar su futuro tras abandonar las cenizas de un asteroide que representaba su pasado.
Todo el mundo desconocía su realeza y en esa búsqueda lo único que encontró fue a un montón de pilotos interesados en mantener relaciones sexuales con un joven imberbe.
El principito una tarde, bebiendo whisky con soda en una taberna del centro de Madrid, decidió salir a compararse unos zapatos.
De camino encontró un par demedias y un liguero. En el baño de un bar de azulejo amarillento y perfume de fritura se puso los tacones y salió a la calle a caminar.
Cuando comprobó que su larga melena rubia pasaba desapercibida y oculta tras el contoneo de caderas que guiaban sus pies desde Gran Vía, el principito decidió que a partir de ese momento iba a ser princesa. Que a partir de ese momento, ningún volcán iba a molestarle más que el que yacía oculto entre sus piernas. El principito decidió llamarse Priscilla.
Su pequeño planeta desapareció tras el crecimiento descontrolado de los baobabs, su rosa se marchitó a causa de una sequía que asoló toda la galazia y el zorro, finalmente no era más que eso: un zorro que intentó comerse su pierna en más de una ocasión.
El principito un día salió con un sombrero de serpiente que llevaba dentro un elefante y salió a buscar su futuro tras abandonar las cenizas de un asteroide que representaba su pasado.
Todo el mundo desconocía su realeza y en esa búsqueda lo único que encontró fue a un montón de pilotos interesados en mantener relaciones sexuales con un joven imberbe.
El principito una tarde, bebiendo whisky con soda en una taberna del centro de Madrid, decidió salir a compararse unos zapatos.
De camino encontró un par demedias y un liguero. En el baño de un bar de azulejo amarillento y perfume de fritura se puso los tacones y salió a la calle a caminar.
Cuando comprobó que su larga melena rubia pasaba desapercibida y oculta tras el contoneo de caderas que guiaban sus pies desde Gran Vía, el principito decidió que a partir de ese momento iba a ser princesa. Que a partir de ese momento, ningún volcán iba a molestarle más que el que yacía oculto entre sus piernas. El principito decidió llamarse Priscilla.
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