lunes, 23 de mayo de 2011

Bonnie estrechaba entre sus brazos aquella bolsa de cartón, llena de pasta y llena de grasa. Miró a su alrededor. Todos estaban escondidos bajo las mesas o tras la barra y Clyde continuaba apuntándoles con la Sprinfield que había robado de casa de su abuelo. Se le veía tan poderoso y seguro de sí mismo en esa posición...
Bajó uno de sus brazos, sosteniendo con el otro la bolsa, fuerte, contra su pecho. Se ajustó la falda, se subió las medias, encajó los zapatos en su sitio y miró a su derecha. Serían las doce del mediodía y el parking de aquella gasolinera se le antojaba como la puerta hacia la luz que te llama tras la muerte. Respiró, sentía cómo los billetes se estrellaban contra su escote y cómo una tormenta se precipitaba hacia sus ojos. Volvió a mirarle. Seguía erguido, como un perro de presa.
Era guapo, aquel cabrón.
La gente continuaba inmóvil, acomodada en el suelo, pensando en cómo debía contar aquella anécdota.
Bonnie cerró los ojos, apretó los dientes y en menos de dos segundos atravesó el umbral hacia la muerte amarilla. Traspasó los límites hacia la libertad eterna.

sábado, 14 de mayo de 2011

Elisa tenía sueños. Pasajes que alargaba en duermevela para descubrir cómo se resolvían. Algunos eran tan reales que si discutía con alguien mientras dormía, al día siguiente el enfado se prolongaba durante toda la jornada.

A veces, resultaban muy coherentes si los comparaba con la realidad que estaba viviendo y se preguntaba si no se tratarían los sueños, de la forma que los monstruos de la conciencia adoptan para enviarnos mensajes.
Si hubiera podido escribir alguno de ellos al levantarse, tendría un cuaderno lleno de relatos que, como dictados por un ente superior, le iban revelando las verdades y las mentiras de aquello que le preocupaba. A veces, se preguntaba si los íncubos existirían realmente y si no serían ellos quienes le dictaban aquellas imágenes a su mente y quienes posteriormente, con una exhalación húmeda, los fijaban en su memoria como verdades inalterables, como pasajes vividos.

 
Elisa una mañana, se puso frente a sus sueños. Los colocó en fila india y observó detenidamente los rostros que se le figuraban en aquella nebulosa onírica. Los fue llamando uno a uno, con voz firme y con desprecio, como hacen los coroneles en las películas cuando se encuentran frente a la fila se soldados.

A medida que se iban presentando, encontraba escenas de máxima nitidez junto con densos reflejos que ocultaban parte de lo sucedido. Estos, eran descartados de inmediato, por no revelar más que dudas y aportar incertidumbre en el proceso.

A continuación, encendió un cigarro y se quedó frente a los seleccionados. Elisa alargó la mano hacia una mesita en la que reposaba su libreta y fue comparando las fechas de sus anotaciones con aquellos detritus de la noche a los que había decidido interrogar.

De pronto, alzó la vista y dejó resbalar el cigarrillo entre sus manos. Los sueños habían desaparecido y lo único que quedaba ante ella era el reflejo de su silueta empañado por el humo del cigarro, que humeante, yacía en el suelo junto a sus pies.

Elisa, una mañana de mayo, abandonó su extraña compulsión de buscar las respuestas de las preguntas que nunca había llegado a formular.