jueves, 19 de agosto de 2010

Sabía la barca que algún día regresaría a la orilla.
Eso pensaba cuando el oleaje la tambaleaba violentamente, y ella, confusa
se acercaba a las gaviotas para susurrarles su deseo.
Un día, el océano, cansado de batirse cíclico
escuchó sus ruegos y la meció suavemente hasta sus límites de arena.
Cuando la barca rozó con su panza la tierra firme y húmeda
añoró las inquietas noches de altamar.
Por entonces, el cielo era de plomo y la orilla se cubría del áspero barro del otoño.
Ya no quedaban gaviotas a quienes susurrarles,
su secreto.

martes, 17 de agosto de 2010

Cuando la pluma es un relevo

de Raquel Campuzano Godoy, el El jueves, 12 de agosto de 2010 a la(s) 16:59 ·
 
-Pero, ¿qué historia quieres que cuente?
-Simplemente, esta que te estoy contando, Pedro.

Y de este modo la chica de puertas azules y labios siempre jugosos por el gloss me entrego su libreta y me dijo: escribe.

-La poesía es una trampa para el alma, porque se te transparentan las intenciones a cada verso. Como un vestido blanco al trasluz del verano.

Así que me dijo: haz de mi vida una ficción; haz de mi existir un cuento.

La chica de la sonrisa certera y el corazón silencioso bebió otro trago más de ron. Había lanzado al mar sus zapatos aquella noche. Cuando fue a encenderse el último porro la orilla le devolvió los dos.
La chica que creía en los mitos griegos, en el Hades, en el destino y en el oráculo de Delfos me dijo con los pies mojados:

-Pedro, todo mi misterio desaparece al roce de su cuerpo. Es como una ola que me convierte en espuma al tocarme. Como una marea mal curada que penetra en las pieles, borracha de arena húmeda.


-         La verdad es que no estoy muy bien últimamente. Ya sabes- me dijo esta frase mirando fíjamente a la luna que se reflejaba en la orilla en la que estábamos fumando.

Esta declaración me dejó totalmente aturdido. Creo que era la primera vez que la chica de labios siempre mordisqueables me decía qué era lo que le sucedía realmente. Estaba acostumbrado a sus continuos “ya se verá”, “es algo transitorio” y no llegaba a asimilar su sinceridad brutal. Después de un largo silencio y una también larga calada al porro, prosiguió:

-         Una de las razones por las que te he pedido que escribas por mí es porque llevo meses sin encontrar ningún tipo de respuesta.
-         ¿Pero qué tipo de respuesta buscas? No te entiendo.
-         Yo siempre he escrito para aclararme, para saber qué tenía que hacer en cada momento. Y no encuentro ni una sola pista. Nada. Es la primera vez que me pasa.

Reconozco que a medida que iba pronunciando sus palabras yo simplemente, seguía aturdido y a la vez, embobado con el brillo de su piel.
Ella se iba hundiendo poco a poco mientras la marea no paraba de subir. Ese fue el momento en el que perdió una de sus sandalias.

-¡Mierda! Me he quedado sin uno de mis zapatos, ¡joder!
Me pasó el porro de repente y se puso a buscar en la arena oscura. Puso esos ojillos de topo que se suelen imitar de manera inconsciente cuando uno busca algo en la oscuridad. Obviamente, su rastreo, no tuvo éxito. Fue entonces cuando cogió la sandalia que el mar había respetado y tomando carrerilla la lanzó al agua.
¡Plof!

-Lo que el mar se lleva, que en el mar se quede. Pásame el porro- me dijo sin añadir nada más.

Yo sabía que aquella noche me tocaba ser el cómplice, el psicoanalista, el guardián de sus confesiones. Y su vestido blanco remangado en la cintura, subía y bajaba con las olas, y yo, no podía dejar de mirarla. Testigo mudo de su historia propia y de sus romances con otros. Yo el cielo lo tengo ganado, pensé. Y ella me dirigió una mirada desafiante que cortó de cuajo mis pensamientos.

-Pensaba que era una mujer segura. Al menos, la gente dice que aparento eso, pero es mentira. Hasta yo misma me creí que ese era mi papel en el mundo. Segura y decidida. Quizá nunca lo haya sido. Todo ha sido un espejismo que me ha traído hasta aquí. Hasta este punto inconcluso de mi vida.

Se quedó un buen rato en silencio. Antes de que yo pudiera añadir nada la chica de adicción preocupante a la cosmética labial, me dijo:

-Es una cuestión de expectativas, Pedro. Creo que es eso. Yo he recorrido el camino en dirección opuesta a la que debía haber tomado.
Al principio de mi experiencia como adulta, nunca esperé nada de nadie. Por eso mis expectativas eran tan bajas que siempre quedaban satisfechas. Y yo pensaba que mis decisiones eran sencillas y correctas. A medida que ha pasado el tiempo, genero ideas sobre lo que los demás van a darme o pueden quitarme. Eso me angustia de tal modo que me paraliza, y soy incapaz de nombrar si quiera mis deseos.


Me pasó el final del porro. Yo seguía contemplándola e imaginaba el salitre resbalando por sus piernas mientras ella intentaba deshacer el hueco que se había ido formando en torno a sus pies. Estaba atrapada en la orilla..
La ayudé a salir, tenía los bajos del vestido chorreando.
-¿Una copita?
-¿Descalza?, te recuerdo que acabas de lanzar tus sandalias al agua.
-Solo lancé una- replicó- además, estoy convencida de que por esta vez, el mar, me ha perdonado.

Efectivamente, al salir del agua vislumbramos un par de manchas negras.
El océano había escupido sus zapatos por arte de magia. Ella se calzó y me hizo un gesto con la cabeza. Yo, me limité a seguirla.


“Una cuestión de expectativas”. Acababa de reproducir en mi mente palabra por palabra la conversación que habíamos mantenido aquella noche en la playa antes de venir a tomar una copa. La chica de los labios ultrahidratados había arrastrado sus sandalias hasta el cuarto de baño del local, dejando una estela de arena y agua. Y dejándome a mí apoyado en la barra, absorto por aquella escena.
Yo miraba sus huellas al tiempo que acariciaba lentamente el lomo de su libreta.
La había dejado en el bolsillo trasero de mi pantalón y me mordía los labios solo de pensar que iba a poder leer todo lo que se le había pasado por la cabeza en los últimos meses.

La chica que dejó pasar oportunidades pensando que lo que sentía en su pecho era amor, apareció a mi lado con los labios hinchados y brillantes como un cristal recién pulido. A mí se me cortó la respiración de repente, como si ella pudiera adivinar lo que estaba pensando solo con rozar mi piel.

-¿Otra copita?-yo la miré de nuevo asombrado, esta chica me leía la mente. Asentí  con la cabeza. Me entraron unas ganas irrefrenables de besarla.

Y entonces, justo en ese momento, recordé lo que me había dicho minutos antes, después de la declaración sobre la espuma, el oleaje y la metáfora del mar que la cubre como un amante, ¿o era al revés? Yo qué sé, el caso es que se me vino como un jarro de agua fría a los ojos: “a este profundo mar verde le falta un buen eclipse”.

Yo sabía que no estaba hablando de mí. Todo era una cuestión de expectativas…
-Sí, otra copita, la penúltima.- A continuación sonreí y dejé que la camarera hiciera su trabajo.

jueves, 12 de agosto de 2010

Cuando la pluma es un relevo

-Pero, ¿qué historia quieres que cuente?
-Simplemente, esta que te estoy contando, Pedro.

Y de este modo la chica de puertas azules y labios siempre jugosos por el gloss me entrego su libreta y me dijo: escribe.

-La poesía es una trampa para el alma, porque se te transparentan las intenciones a cada verso. Como un vestido blanco al trasluz del verano.

Así que me dijo: haz de mi vida una ficción; haz de mi existir un cuento.

La chica de la sonrisa certera y el corazón silencioso bebió otro trago más de ron. Había lanzado al mar sus zapatos aquella noche. Cuando fue a encenderse el último porro la orilla le devolvió los dos.
La chica que creía en los mitos griegos, en el Hades, en el destino y en el oráculo de Delfos me dijo con los pies mojados:

-Pedro, todo mi misterio desaparece al roce de su cuerpo. Es como una ola que me convierte en espuma al tocarme. Como una marea mal curada que penetra en las pieles, borracha de arena húmeda.