A Luis Cernuda y a mi abuelo
Maestro, lo confieso; te ruego, me perdones:
Hoy te debo los versos que te escribo.
Los he pagado de a peseta,
fue un hurto silencioso
y consentido.
Yo no soy poeta que ahora
emerja,
ni siquiera las venas que me riegan son las mías.
Se bañan de una sangre
que es prestada
que tiene el férreo gusto del exilio,
que nutre el grano seco que alimenta
los osarios del olvido.
Ese olvido tiene nombre de memoria
y se agazapa en la poesía que se escribe
en el reverso de una entrada:
Sesión golfa; Versión Original.
Y no es nostalgia, no,
querido compañero,
es pura contingencia de deseo.
Hoy, insisto, te debo los versos que te escribo
porque aún no sé tampoco
qué nombre darte en sueños,
ni entiendo que el placer
esté prohibido.
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