miércoles, 24 de noviembre de 2010

Terminó de leer, he hice que lo repitiera.
Yo continuaba absorta en aquellos ojos verdes que de vez en cuando, se despegaban del texto y se clavaban en mí.
-Pero, si yo no me he inventado esta historia, y además, no la cuento tan bien.
- Elena, sigue leyendo, por favor.
Y ella frunció el ceño como cuando los niños chicos quieren decirte sin hablar y comenzó a repetir de nuevo, desde la primera palabra, ese cuento sin autora.
Yo tan solo quería besar aquellos labios de color carmín robado y lo hice. Y ella dejó entretanto resbalar los fonemas desde debajo de su lengua. Los dejó resbalar por debajo de su falda. Dejándose caer...

viernes, 5 de noviembre de 2010

Tornado

La chica que soñaba que todos los otoños eran primaveras, se sorprendió con las pupilas enrojecidas y atormentadas.
Y sintió que tenía quince años. De pronto, se le habían caído al suelo casi otros quince de experiencias, emociones y lecciones aprendidas.
En la adolescencia todo se vive como si un tornado te arrancara las entrañas- pensó- con la emoción irrepetible de las primeras veces.
Ella sentía ese aire enloquecido penetrando en sus pulmones y creía que quizá, todas aquellas primeras veces que recordaba, no le habían servido realmente para nada.
Como las furiosas tempestades que apartaban al héroe de su destino, sus labios temblaban al pensar que todo, lo bueno y lo malo, iba a vivirlo con la misma intensidad.
Se trataba de un regreso a los amaneceres rojos, a las tardes de culpa e incertidumbre, de vuelco en el pecho y sonrisa infinita. Una vuelta al anochecer que no permitía que las luces se apagasen bajo sus párpados.

La chica que, siendo mujer, se embadurnaba la boca de besos brillantes, tenía en el pecho una jaula y en las venas un veneno de estaño que le arrancaba la vida a base de quemarla.
No sabía en qué disco duro habría dejado los consejos, las esperanzas fallidas a base de algoritmos simples de experiencias tempranas y las bayonetas clavadas a media asta que habían atravesado su estómago desde la infancia y que le habían triturado hasta las ganas.
Se había olvidado de todo lo aprendido y se abandonaba a ese placer concupiscente de una cabeza que no conoce pasado y un corazón que tiene demasiadas expectativas sobre el futuro.

La chica cuyos labios sabían a cereza hasta en otoño, se disculpó frente el espejo y se dispuso a hacer lo que cualquier adolescente haría: escribir su propia memoria.